Page 192 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      de si se tomaba como punto de partida la victoria del Gránico o la de la batalla  de
      Isos.
          De estas monedas, por lo menos, no se  deduce  que  también las  demás  ciuda­
      des implantasen esta  nueva era,  pero  no  cabe la  menor  duda  de  que  aquellas  dos
      ciudades consideraban la victoria de Alejandro como su liberación y como un nuevo
      punto de partida.
                              OCUPACIÓN  D EL  EGIPTO
          La resistencia  de  Tiro  primero y luego  de  Gaza  había  demorado  bastante  la
      expedición de Alejandro  al  Egipto.  Por  fin,  al  cumplirse  el  primer  aniversario  de
      la  batalla  de  Isos,  en  los  primeros  días  de  diciembre  del  año  332,  el  rey  salió
      de Gaza al frente de su ejército.  Se trataba  de arrebatar al  gran  rey la  última  pro­
      vincia que le quedaba en el Mediterraneo  y  que,  si hubiese  sido leal  o  se hubiese
      nallado en manos leales, habría podido ofrecer larga y tenaz resistencia,  por virtud
      de su situación geográfica.  Pero  ¿cómo era  posible  que  el  pueblo  egipcio  estuviera
      dispuesto a luchar por la causa de un rey al que sólo se  sentía encadenado por los
      vínculos  de  una  dominación  impotente  y,  por  tanto,  doblemente  odiosa?  Aparte
      de que los egipcios eran,  por naturaleza, más  aficionados  a  la  paz  que  a la  guerra,
      gentes  más  pacientes  y  laboriosas  que  dotadas  de  espíritu  y  de  energía;  es  cierto
      que,  durante los  doscientos  años  que  duró  la  dominación  extranjera,  los  egipcios
      intentaron repetidas veces sacudir el yugo de los  persas, pero  el  pueblo  en su  con­
      junto no tomó una parte muy considerable en estos intentos, pues desde la emigra­
      ción  de  la  casta  guerrera  nacional  estaba  acostumbrado  a  ver  a  los  mercenarios
      extranjeros,  sobre  todo  a  los  helenos,  luchar, por  el  Egipto,  seguidos  si  acaso  de
       unos cuantos miles de indígenas que marchaban tras ellos en tropel o como  siervos
      para  arrastrar  su bagaje.  El  estado  de  Egipto,  en  aquel  entonces,  era,  en  todos  y
      cada  uno  de  sus  aspectos,  el  del  estancamiento  más  completo;  sus  condiciones
      interiores  de vida,  supervivencia  de los  tiempos  de los  Faraones,  sepultados  desde
      hacía ya  tantos siglos, se hallaban en la  más flagrante  contradicción  con cada  uno
      de los muchos cambios históricos por los  que había  pasado  el  país  desde  el  derro­
       camiento de la monarquía teocrática; los intentos de los reyes  de la  dinastía  de los
       Saítas para reanimar a  su pueblo  mediante  el comercio y  el  contacto  con  pueblos
       extranjeros*rio hicieron ni podían hacer otra cosa que embrollar y paralizar todavía
       mas  el  caracter  nacional.  La  dommacion  persa,  ante  la  que  sucumbió  aquella
       diñasEíá7Tíübó  de  enfrentarse  repetidas  veces  a  la  repugnancia  sorda  y  sin  cesar
      " creciente que suscitaban aquellos extranjeros impuros y luchar contra una  serie  de
       sublevaciones  de  quienes  se  jactaban  de  ser  de  sangre  faraónica,  pero  el  Egipto
       como tal jamás llegó a levantarse ni a  ponerse en movimiento.  Los  egipcios,  ence­
       rrados  dentro  de  sí mismos,  en  una  indolencia  y  una  sensualidad  verdaderamente
       africanas, tarados con todos los inconvenientes y toda la superstición de un régimen
       de castas del que los siglos sólo habían dejado en pie la  forma  caduca,  y a los  que
       la  extraordinaria  fertilidad  de  su  país,  a  la  que  no  daba  valor  ni  estímulo  un  co-
      mercio libre e intenso con el exterior, se hallaban mas necesitados que ningún otro
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