Page 186 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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180 SITIO DE TIRO
era, en efecto, escalar o romper las murallas para lanzar sus tropas al asalto de la
ciudad. La furia de los tirios crecía a medida que aumentaba el peligro y su fana
tismo se desbordaba conforme iban acercándose a la catástrofe.
Las murallas que daban frente al dique eran demasiado altas y gruesas
para poder ser rotas o escaladas; tampoco consiguieron gran cosa las máquinas
situadas por la parte norte; la potencia de aquellas piedras sillares trabadas con
argamasa parecía desafiar impunemente a las más violentas acometidas. Esto
movió a Alejandro a desarrollar con redoblada tenacidad el plan que se había
trazado: puso las máquinas a trabajar por la parte sur de la ciudad, sin conce
derles punto de reposo hasta que la muralla, ya considerablemente deteriorada
y minada, se derrumbó abriendo una brecha. El combate que se desencadenó en
torno a ella fué reñidísimo, y los macedonios no tuvieron más remedio que
ceder ante la furia de los defensores, ante su lluvia de proyectiles, ante las masas
encoraginadas y rabiosas que los descargaban y ante las máquinas defensivas
puestas en acción por ellos; Alejandro renunció a aquella brecha, demasiado pe
queña, que los tirios taponaron a toda prisa con otra muralla.
En estas condiciones se comprende fácilmente que empezara a flaquear la
seguridad del ejército atacante. Ello hacía, naturalmente, que arreciase la impa
ciencia del hombre que lo dirigía; aquella primera brecha había demostrado
por dónde había que atacar a la obstinada ciudad; sólo aguardaba a que se cal
mase el mar para volver a la carga con redoblada furia. Tres días después del
ataque frustrado —corría el mes de agosto—, estaba el mar en calma, el aire era
claro y el horizonte estaba limpio de nubes; todo como lo exigían los planes del
rey. Este convocó a los jefes de las tropas que habían de tomar parte en el asalto
y les transmitió las instrucciones necesarias. Después ordenó que los más pode
rosos de sus barcos armados de máquinas se acercasen a las murallas por la
parte sur y se pusieran a trabajar, mientras otros dos barcos, uno con los hipas-
pistas de Admeto y otro con los falangitas de Coino, estaban preparados para
lanzarse al asalto por dondequiera que fuese posible; Alejandro embarcó con
los primeros. Al mismo tiempo hizo que todas las naves saliesen al mar y que
una parte de las trieras se situasen delante de los puertos, tal vez para romper
las cadenas de la entrada durante el asalto y penetrar en los muelles; los demás
buques, los que tenían a bordo arqueros, honderos, balistas, catapultas, arietes
u otras máquinas parecidas, se repartieron alrededor de la isla, con órdenes de
que las tropas que iban a bordo de ellos desembarcasen, donde fuese posible ha
cerlo, o anclasen junto a las murallas dentro del radio de sus proyectiles. El
plan era asaltar a los tirios por todas partes para que ellos, perplejos ante tantos
ataques simultáneos y sin saber dónde era mayor el peligro y dónde podían
encontrar mejor defensa, sucumbiesen más fácilmente al asalto.
Las máquinas empezaron a trabajar, por todas partes volaban los proyectiles
y las piedras sobre las almenas y la ciudad parecía amenazada por todos sus pun
tos cuando, de pronto, la muralla se derrumbó en la parte que había previsto
Alejandro, abriéndose una brecha bastante grande. Los dos barcos cargados de