Page 244 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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238                   SUBLEVACION DE  LA TRACIA

       descargar  un  nuevo  y  decisivo  golpe  contra  Darío,  confiaba  en  que  la  impresión
       que causara su nueva victoria aplacaría la  excitación  imperante  en la  Hélade.
           Y     así,  durante  el  año  331,  Antipáter  hubo  de  contemplar  impasible  los  pre­
       parativos  de  guerra  del  rey de los espartanos  y su  creciente  influencia  en  el  Pelo­
       poneso,  contentándose  con  interponer  la  autoridad  de  Macedonia  cerca  de  los
       estados de la liga, en la medida en que ello era posible, y a observar, por lo demás,
       cuidadosamente  y  siempre  en  guardia  y preparado  para  la  guerra,  los  movimien­
       tos de la facción enemiga; no le era dado  valerse de los  trastornos  provocados  por
       la  muerte  del  rey  del  Epiro  para  reforzar  los  vínculos  de  dependencia  de  este
       país con respecto a  Macedonia,  ya  bastante  relajados al  parecer,  y  hasta  tuvo  que
       soportar  pacientemente  la  furia  y  los  amargos  reproches  de  la  reina  Olimpia,
       empeñada  en  que  las  armas  del  estado  macedonio  apoyasen  sus  pretensiones  al
       trono  de  Molosia.
           Entre  tanto,  el  movimiento  antimacedonio  de  la  Hélade  había  tomado  un
       giro  muy  serio.  La  noticia  de  la  victoria  de  Gaugamela,  que  debió  recibirse  en
       Atenas al  final  del año  331,  obligaba  a  los  adversarios  de  Macedonia  a  someterse
       o  a  realizar sin pérdida  de  momento  el  esfuerzo  final.  El  alejamiento  de  Alejan­
       dro,  las  disensiones  del  Epiro  y  el  creciente  descontento  que,  según  se  sabía,
       existía  en los  países  tracios,  aconsejaban  y  favorecían  el  aventurarse  a  un  rápido
       ataque  contra  Macedonia.  Pronto  se  supo  a  través  de  Sinope  que  el  gran  rey,
       aunque  derrotado,  se  había  puesto  a  salvo  y  había  ido  a  refugiarse  en  la  Media,
       y  que  había  convocado  a  los  pueblos  de  sus  satrapías  orientales  para  que  en  la
       primavera se concentraran en Ecbatana con  todas sus armas,  pues estaba  decidido
       a  proseguir la  lucha  contra  el  macedonio.  Todavía  podía  esperarse  de  él,  por  lo
       menos, el envío de subsidios.  ¿Y cómo Alejandro, cuya expedición a Susa,  a la alta
       Persia,  debía  de  conocerse ya,  iba  a  atreverse  a  debilitar  con  envíos  de  tropas  a
       Macedonia  y  a  los  frentes  de lucha  contra los  helenos  un  ejército  como  el  suyo,
       que  apenas  bastaba  para  ocupar y  asegurar  aquellas  líneas  interminables  que  lle­
       gaban  desde  la  Persia  hasta  el  Helesponto?  En  cambio,  si  los  adversarios  de
       Macedonia seguían perdiendo el tiempo en vacilaciones, se derrumbaría lo que aún
       quedaba  en pie  del poder  persa y ya  sólo  cabría  esperar  que  un  día  Alejandro,  a
       la  cabeza  de  un  ejército  inmenso,  inundase  la  Hélade  como  un  segundo  Jerjes
       y la  convirtiese  en  una  satrapía  más  de  su  imperio.  La  excitabilidad  del  espíritu
       popular,  las  declamaciones  encendidas  de  los  oradores  patrióticos,  la  tendencia  a
       lo  exagerado  y  a lo  increíble  propia  de  la  época  y,  algo  que  pesaba  todavía  mu­
       cho,  el  viejo  nimbo  del  poder  espartano,  puesto  de  nuevo  en  pie  tan  gloriosa­
       mente:  todo  se  conjuraba para  provocar  una  explosión  que  podía  llegar  a  ser  de
       consecuencias  fatales  para  Macedonia.
           Vienen  ahora  una  serie  de  sucesos  extraordinariamente  notables  acerca  de
       los cuales sólo poseemos,  cierto es,  unas  cuantas  referencias  sueltas  cuya  cohesión,
       e  incluso  cuya  sucesión  en  el  tiempo,  no  estamos  ya  en  condiciones  de  poder
       determinar-
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