Page 248 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      con los  contingentes  de los  aliados  más  seguros,  atravesó  el  istmo  con  un  impor­
      tante  ejército  —40,000  hombres,  según  los  cálculos—;  era  lo  suficientemente
      fuerte para permitirse  el lujo  de  agradecer los  refuerzos  que  le  brindaban  quienes
      ahora  aparentaban  haber  movilizado  sus  tropas  al  servicio  del  rey  de  Macedonia.
      Agis,  cuyo  ejército  parece  que  no  excedía  de  20,000  hombres  de  infantería  y
      2,000  de  caballería,  levantó  el  sitio  de  Megalópolis  para  esperar  el  ataque  del
      enemigo  un poco  más  atrás  en  el  camino  de  Esparta,  sobre  un  terreno  más  favo­
      rable,  donde  confiaba  poder resistir  la  embestida  del  ejército  macedonio.  Prodú-
      jose  allí  una  batalla  extraordinariamente  sangrienta,  en  que  los  espartanos
      y sus aliados  realizaron,  según  rezan los  informes,  verdaderas  proezas  de  bravura,
      hasta  que  el  rey Agis,  cubierto  de  heridas  y  acosado  por  todas  partes,  sucumbió
      ante  la  pujanza  del  enemigo  y  encontró  la  muerte  que  buscaba.  Antipáter  había
      vencido en toda la línea, aunque  sufrió  también  pérdidas  de  importancia.


                              PACIFICACIÓN  DE  GRECIA
          La  derrota  de  Megalópolis  dió  al  traste  con  las  esperanzas  de  los  patriotas
      helenos  y  con  la  tentativa  de  restaurar  la  hegemonía  de  Esparta.  Eudamidas,
      hermano  menor  y  sucesor  del  rey  muerto,  el  cual  no  había  dejado  hijos,  había
      sido contrario a esta guerra desde el primer momento y,  a pesar de que los aliados
      se habían replegado  con los  de Esparta sobre esta  ciudad,  aconsejó  que  se pusiera
      fin a la  resistencia;  fueron enviados  embajadores  a  Antipáter  en  petición  de  paz.
      Antipáter  pidió  cincuenta  muchachos  espartanos  como  rehenes;  se  le  ofrecieron
       otros tantos hombres, y el vencedor se avino  a  ello;  el  pleito  de la  violación  de la
       paz fué llevado ante el sinedrio,  convocado  en  Corinto;  tras largas  deliberaciones,
      el sinedrio acordó poner la decisión en manos de Alejandro, tras lo cual se enviaron
       embajadores  espartanos  al  lejano  oriente.  La  decisión  dictada  por  Alejandro  no
       podía ser más  indulgente:  perdonaba  lo  pasado,  aunque  imponiendo  a  los  elios  y
       a  los  acayos  —que  eran  verdaderos  miembros  de  la  liga  helénica,  mientras  que
       Esparta no formaba parte de ella— una obligación de pagar  120 talentos  a  Mega­
       lópolis en concepto de indemnización.  Es  de suponer que  Esparta  se vería  obliga­
       da  ahora  a  ingresar  en  la  liga;  pero  la  constitución  del  viejo  estado  heráclido  no
       fué  modificada  en  lo  más  mínimo  ni  su  territorio  sufrió  ninguna  nueva  merma.
          La  tensión  de  espíritu  reinante en Atenas  cedería  bastante  ante  lo  ocurrido,
       aunque los atenienses  seguirían, naturalmente,  refunfuñando y protestando  contra
       la  situación.  Poco  tiempo  después  de  la  derrota  de  Agis  en  Megalópolis  ventilá­
       base  ante  los  jueces  de  Atenas  el  proceso  contra  Ctesifón.  “Tened  en  cuenta
       —dice Esquines  en su discurso  a los  jueces— los  momentos  en  que  vais  a  emitir
       vuestro fallo.  Dentro  de  pocos  días  se celebrarán las  fiestas  píricas  y  se  reunirá  el
       sinedrio de los helenos;  en  los  tiempos  que  corren,  la  política  de  Demóstenes  no
       le  es  reprochada  a  él,  sino  a  su  ciudad;  si  le  concedéis  la  corona  propuesta  por
       Ctesifón,  podrá  pensarse  fundadamente  que  estáis  de  acuerdo  con  los  que  han
       violado  la  paz  común.”  Los  atenienses  considerarían,  sin  duda,  como  una  gran
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