Page 251 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CAPITULO  I
      Persecución  de  Bessos.—Sublevación  en  Aria.—Marcha  del  ejército  hacia  el  sur,
          por Aria, Drangiana y Arajosia,  hasta  las  estribaciones  meridionales  del  Cáu-
          caso índico.—La  idea  de  Alejandro  y  la  teoría  de  Aristóteles.—Descontento
          en  él  ejército.  Conspiración  contra  la  vida  de  Alejandro.—Reorganización
          del  ejército.

      P o r   l o s   d ía s   en  que  se  produjo  la  derrota  de  Esparta  hallábase  Alejandro  en
      Hircania,  en la vertiente septentrional  de  la  cordillera  que  separa  al  Irán  del  Tu­
      ran, y tenía ante sí los caminos  que conducían hacia la Bactriana y la  India, hacia
      el mar ignoto con que tal vez esperaba encontrarse  más allá  de aquellos  dos países
      como  fronteras  de  su  imperio,  y  a  su  espalda  la  mitad  del  iínperio  persa  y  allá
      lejos,  a  cientos  de  millas  de  distancia,  la  patria  helénica.  Estaba  informado  de  la
      política de guerra  de Agis,  de  su creciente influencia en  el  Peloponeso,  del  estado
      de opinión tan inseguro  que reinaba en  el  resto  de  Grecia  y  que  hacía  doblemen­
      te peligrosas las alternativas de la  suerte  de las  armas;  conocía  lo  temible  que  era
      aquel enemigo,  su prudencia,  su tenacidad,  su  dinamismo.  Y,  sin  embargo,  seguía
      avanzando  más  y  más  hacia  el  oriente,  sin  preocuparse  de  enviar  tropas  a  Anti­
      páter ni siquiera  de esperar a recibir noticias  favorables  de la  marcha  de  los  asun­
      tos  en  la  Hélade.  ¿Y  si  Agis  hubiese  quedado  vencedor?  ¿O  acaso  Alejandro
      estaba  seguro  de  su  estrella?  ¿Acaso  despreciaba  los  peligros  a  que  él  mismo  no
      podía  hacer  frente?  Para  salvar  a  Grecia,  lanzóse  en  persecución  de  los  asesinos
      del rey  con la  mitad  de las  tropas  que  le  habían  bastado  para  vencer en  Gauga­
      mela  y  en  Isos.
          Es  cierto  que  en  otro  tiempo  la  paz  de  Grecia  y  su  reconocimiento  de  la
       hegemonía  macedonia  había  sido  la  premisa  esencial  de  su  poder  y  de  sus  victo­
      rias;  pero  ahora las  condiciones  se  habían  invertido:  sus  victorias  le  garantizaban
      la  paz de  Grecia y la  posesión  del Asia  la  persistencia  de  aquella  hegemonía  que
       habría  sido  más  necio  que  peligroso  disputarle.  Si  Antipáter  salía  derrotado,  sus
       sátrapas, de Lidia y de Frigia,  de la  Siria y del  Egipto,  estarían  dispuestos  a  exigir
       en  nombre de  su  rey,  no  tierra  y  agua,  pero  sí  una  satisfacción  por  la  traición  y
      la  felonía.  Pero  aquel  amor  por  la  libertad  de  los  descontentos,  aquel  equívoco
      heroísmo  hecho  de  frases,  de  intrigas  y  de  soborno  no  había  encontrado  su  Ma­
       ratón.
          Alejandro  podía,  sin preocuparse  de  lo  que  sucediera  a  su  espalda,  proseguir
      los  planes  que  el  crimen  de  Bessos  y  sus  cofrades  le  imponían  o  facilitaban.  La
       posesión  de los  pasos  caspios,  las  guarniciones  que  había  dejado  a  la  entrada  de
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