Page 255 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MARCHA HACIA EL SUR 251
veral” llevaba aquella vida tranquila, laboriosa y ordenada que pinta y ensalza la
doctrina de Zoroastro. Alejandro hizo honor, de diversos modos, a la hospitalidad
con que aquellas gentes le recibieron; no cabe duda de que tenía gran importancia,
para sus planes, el que aquel pequeño país próspero y floreciente situado en medio
de las montañas y los desiertos de la Ariana le acogiese con simpatía. Una estan
cia un poco prolongada entre estas tribus, una pequeña ampliación de su terri
torio, anhelada por ellas desde hacía largo tiempo, la conservación de sus anti
guas leyes y costumbres y de su organización política, la cual no parecía desmerecer
en nada de la de las ciudades griegas y, finalmente, su relación con el imperio,
más independiente desde luego que la de las otras satrapías: tales fueron, sobre
poco más o menos, los medios de que se valió Alejandro para incorporar al nuevo
orden de cosas instaurado por él a aquel notable pueblo de los ariaspes, sin nece
sidad de crear colonias en su territorio ni de recurrir a medidas de violencia.
Las tribus de los gedrosios, cuyo cantón tocó a su paso, le recibieron tam
bién pacíficamente. Sus vecinos septentrionales, los arajosios, se sometieron sin
lucha; sus territorios extendíanse hasta los pasos que conducen a las tierras rega
das por los ríos que desembocan en el Indo; teniendo en cuenta esta razón estra
tégica, Alejandro entregó la satrapía de la Arajosia al macedonio Menón, puso a
sus órdenes 4,000 soldados de infantería y 600 de caballería y ordenó que fuese
fundada aquella Alejandría de Arajosia (Candahar), estratégicamente situada a
la entrada de los desfiladeros y que sigue siendo todavía hoy una de las ciudades
más florecientes de la región y conservando bajo su nombre moderno el recuerdo
de su fundador. Saliendo del país de los arajosios, el ejército macedonio, entre
grandes penalidades —pues estaban declinando las pléyades, era hacia fines de
noviembre y aquellas regiones montañosas se hallaban cubiertas de nieve—,
se internó en la zona de los parapanísades, la primera tribu hindú que encontraba
a su paso; al norte de esta región se yergue la cordillera del Cáucaso índico, los
montes Parapanisos o Indu-Kuch, que era necesario atravesar para salir al país
ocupado por Bessos.
Tales fueron, muy a grandes rasgos, las marchas con que Alejandro, en los
últimos meses del 330, condujo a su ejército desde los confines septentrionales
de Jorasán hasta las faldas del Cáucaso índico. Este período de la campaña, rico
en penalidades y pobre en glorias guerreras, habría de adquirir una triste celebridad
a consecuencia de una criminal conspiración: los conjurados habíanse propuesto
eliminar a Alejandro como en él campo de enfrente se había hecho con Darío., y
el plan contaba con la aquiescencia del ejército, cansado ya, al parecer, de aque
llas marchas durísimas e interminables.
Huelga decir que muchas de las cosas que el rey hacía o dejaba hacer decep
cionaban no pocas esperanzas, alimentaban hartos recelos y parecían justificar
bastantes descontentos, y no podía ser menos, dado el ritmo arrollador de la
conquista, la celeridad de las transformaciones provocadas por ella y la orienta-*
ción que Alejandro creía obligado darles.