Page 258 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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       convertirse  en  '“señores  sobre  aquellos  que  han  nacido  para  ser  esclavos”,  ni,
       menos aún, pensaba  que primero  su  padre y luego  él  habían  impuesto  a  los  hele­
       nos la  federación corintia  para  poder  explotar y  devorar al  Asia,  después  de  redu^
       cirla  militarmente  a  la  impotencia,  con  refinado  egoísmo  e  insolente  arrogancia.
           Alejandro  había  descargado  un  golpe  terrible  sobre  el  Asia;  seguramente  se
       acordaría de la lanza de su antepasado Aquiles y asignaría a  su lanza  de rey la  mi­
       sión  carismática  de  curar  la  herida  abierta  por  ella.  La  destrucción  del  antiguo
       reino  persa  y  el  final  de  Darío  habían  hecho  de  él  el  heredero  del  poder  sobre
       innumerables  pueblos  tratados  hasta  entonces  como  esclavos.  ¿Qué  misión  más
       digna de un monarca como él  que la  de libertarlos,  en la  medida  en  que  supiesen
       o pudiesen  ser libres,  conservar y  estimular lo  que  hubiera  en  ellos  de  sano  y  de
       plausible y honrar y embellecer lo que tuvieran de sagrado y de peculiar?  Sí quería
       hacer  de  ellos  copartícipes  del  imperio  que  en  lo  sucesivo  habría  de  fundirlos
       con  el  mundo  helénico,  no  tenía  más  camino  que  atraérselos  y  seguiF*rnn™effos
       una  política  conciliatoria;  en  esta  nueva  monarquía,  una  vez  conseguida  la  vic­
       toria,  no  debía  hablarse  de  vencedores  y  vencidos,  debía  olvidarse  en  absoluto  la
       diferencia  entre  bárbaros  y  helenos.  Si  lograba  fundir  a  los  habitantes  de  este
       vasto  imperio  occidental-oriental  en  un  gran  todo  en  que  se  complementasen  y
       compensasen  mutuamente  las  dotes  y los  recursos  de  los  diversos  pueblos  que  lo
       componían,  si  conseguía  asegurar  su  paz  interior  y  darles  normas  de  vida  y  de
       gobierno firmes y sólidas, enseñarles  “las artes de las  musas”  sin que por ello per­
       dieran “su temple acerado, como el  hierro”,  podía  estar seguro  de  haber realizado
       aquella  “obra  beneficiosa”  que,  según  Aristóteles  “es  requisito  necesario  en  la
       verdadera  instauración  de  una  monarquía” .  Y  si  su  ambición,  su  premio  como
       vencedor,  su  entusiasmo  se  cifraban  en  instaurar  un  imperio  occidental-oriental
       de tipo helénico,  en  “trasplantar la  monarquía  de los  persas  a  los  helenos”,  como
       habría  de  formularlo  una  época  posterior  con  arreglo  a  la  visión  del  profeta,  la
       necesidad  de  las  cosas  le  trazaba  de  un  modo  más  claro  y  más  imperativo  con
       cada  día  que  pasaba  los  caminos  que  debía  seguir  para  llevar  a  cabo  la  obra
       iniciada.
           En  estos  caminos  interponíanse  dificultades  inmensas,  arbitrariedades,  vio­
       lencias,  fuerzas  contrarias  a  la  naturaleza  que  parecían  hacer  imposible  la  reali­
       zación  de  lo  ya  comenzado.  Pero  estos  obstáculos  no  le  hacían  vacilar;  lejos  de
       hacer  flaquear  su  ánimo,  espoleaban  su  fuerza  de  voluntad  y  la  indomable  segu­
       ridad  en  sí  mismo  que  animaba  todos  sus  actos.  La  obra  iniciada  por  él  en  el
       entusiasmo de sus años mozos lo  dominaba por  completo;  le  arrastraba  con  ritmo
       de  avalancha,  y  la  destrucción,  la  devastación  y  campos  inmensos  de  cadáveres
       marcaban  su  camino;  y  con  el  mundo  por  él  vencido  iban  transformándose  tam­
       bién  su  ejército,  el  ambiente  que  le  rodeaba,  él  mismo.  Pero  Alejandro  seguía
       adelante  a  paso  de  carga,  con la  vista  clavada  en  su  meta,  sin  alcanzar  a  divisar
       otra  cosa  y  viendo  en  ella  su  propia  justificación.
           Tal  vez  pensase  que  la  necesidad  imperativa  de  aquello  que  quería  se  deri­
       vaba  por sí  misma  de lo  que  estaba  acaeciendo  y  se  impondría  con  plena  fuerza
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