Page 263 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CONSPIRACION  CONTRA  ALEJANDRO                259

      mente,  envía  a  trescientos  hombres  armados  al  barrio  de  la  ciudad  en  que  vive
      Filotas  con la  orden  de  acordonar  la  casa,  penetrar  en  ella,  detener  al  hiparca  y
      traerlo  a  palacio.  Así  transcurre  la  noche.
          A  la  mañana  siguiente  es  reunido  todo  el  ejército  en  asamblea.  Nadie  sos­
      pecha lo que ocurre ni las  medidas  tomadas  durante la  noche  que  acaba  de  trans­
      currir.  Aparece  el  rey  y  anuncia  que,  siguiendo  la  costumbre  macedónica,  ha
      congregado  al  ejército  para  que  conozca  y  juzgue  como  tribunal  un  plan  de  alta
      traición contra su propia  vida,  que acaba  de  ser descubierto.  Nicómaco,  Cebalino
      y  Metrón  declaran  como  testigos  y  el  cadaver  de  Dimnos  sirve  de  prueba  de
      convicción  de  sus  testimonios.  En  seguida  el  rey  denuncia  a  los  cabecillas  de  la
       conjura:  dice que la primera denuncia  de que  se  trataba  de  asesinar al  rey en  tér­
       mino  de  tres  días  fué  hecha  a  Filotas,  el  cual,  a  pesar  de  visitar  el  palacio  real
       dos veces al día, no creyó  oportuno  comunicar al  rey  nada  de lo  que  sabía  de  tan
      grave  asunto,  ni  el  primer  día  ni  el  segundo;  luego  pone  de  manifiesto  varias
       cartas  de  Parmenión,  en  que  el  padre  aconseja  a  sus  hijos  Filotas  y  Nicanor  en
       estos  términos:  “Velad  primero  por  vosotros  mismos,  luego  por  los  vuestros  y
       alcanzaremos  lo  que  nos  proponemos”;  agrega  que  estas  intenciones  aparecen
       corroboradas  con  una  serie  de  hechos  y  palabras  y  atestiguan  el  propósito  deci­
       dido  de  cometer  el  más  infame  de  los  crímenes;  no  puede  olvidarse  —dice  Ale­
       jandro—  que  ya  al  morir asesinado  el  rey  Filipo,  Filotas  se  mostró  partidario  de
       la exaltación al  trono del pretendiente Amintas,  ni  que  su  hermana  era  la  esposa
       de aquel Atalo que durante tanto tiempo les  persiguiera  a  él y  a  su  madre Olim­
       pia y que, por último, al ser enviado al Asia con Parmenión,  se había sublevado al
       frente  de  sus  tropas;  todo  ello  no  había  sido  obstáculo  para  que  él,  Alejandro,
       hubiese  honrado  a  esta  familia  con  toda  clase  de  distinciones  y  de  pruebas  de
       confianza;  ya  en  el  Egipto  había  tenido  noticia  de  las  insolentes  y  amenazadoras
       manifestaciones  hechas  reiteradamente  por  Filotas  contra  el  hetairo  Antigono,
       pero  habíalas  atribuido  a  su  carácter  violento  e  impulsivo;  ello  no  había  hecho
       mas  que  exacerbar  las  ambiciones  y  la  arrogancia  de  Filotas;  su  dudosa  liberali­
       dad,  su  desenfrendada  disipación  y  su  insensata  soberbia  habían  llegado  a  in­
       quietar a su mismo padre y a dar motivo a  que éste le amonestase  frecuentemente
       para  que  no  fuese  a  delatarse  antes  de  tiempo;  hacía  ya  mucho  tiempo  que  no
       servían  lealmente  al  rey,  y  nadie  habría  olvidado  que  la  batalla  de  Gaugamela
       había  estado  a  punto  de  perderse  por  culpa  de  Parmenión;  desde  la  muerte  de
       Darío habían ido madurando  sus planes  de  traición y,  mientras  él  seguía  otorgán­
       doles  toda  su  confianza,  estaban  tan  avanzados  en  la  criminal  conjura,  que  ya
       habían  señalado  el  día  en  que  había  de  morir  y  habían  escogido  a  los  asesinos
       y  preparado  el  derrocamiento  de  todo  lo  existente.  Los  macedonios,  cuenta  la
       narración  de  los  hechos  que  estamos  siguiendo,  escucharon  las  palabras  del  rey
       con  muestras  de  profunda  indignación;  pero  ello  no  fué  obstáculo  para  que  les
       moviera a coriipasión el ver cómo era llevado a su presencia  Filotas,  con las manos
       atadas.  El estratega Amintas toma la  palabra  contra el  culpable  que,  de  haber lle­
       vado  a  cabo su  nefando  plan,  habría  destruido  con  la  vida  del  rey  las  esperanzas
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