Page 267 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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REORGANIZACION DEL EJERCITO 263
No es posible saber si entre las disposiciones adoptadas por Alejandro con
este motivo figurarían también los cambios introducidos en la organización mi
litar, algunos de los cuales, por lo menos, fueron implantados durante esta tregua
invernal de las operaciones, o si estas reformas serían aconsejadas más bien por
los nuevos problemas de orden militar que se planteaban.
Desde el final de Darío, no existía en los países que hasta entonces habían
sido persas ninguna fuerza armada organizada en manos del enemigo; había
masas de hombres movilizados y lanzados al campo aquí y allá, pero no conser
vaban ya ninguna de aquellas características del ejército del imperio persa que
Alejandro había tenido en cuenta al principio de la campaña para organizar su
ejército expedicionario: ni las que consistían en el grueso de las tropas de los
grandes reyes y en los cardacos, ni la que suponía la existencia de un núcleo de
mercenarios helénicos y su adiestramiento táctico. En adelante, la guerra tenía
que ir enderezada, esencialmente, a la lucha contra masas sueltas, a su dispersión
y persecución, en una palabra, a todas las modalidades de la guerra de guerrillas.
Para ello, era necesario formar los cuerpos de tropa de tal modo que pudieran
convertirse fácilmente en pequeños ejércitos; tenían que adquirir mayor movi
lidad y ser aún más agresivos que antes en cuanto a su táctica y las tropas ligeras
debían constituir un contingente todavía mayor. Finalmente, era necesario en
cuadrar dentro del nuevo ejército las levas de reclutas asiáticos, entre otras cosas,
para aumentar los efectivos del ejército y procurarse refuerzos sobre el mismo te
rreno a medida que iba alejándose la posibilidad de recibirlos de Macedonia.
Ya en el invierno anterior se habían desdoblado las ocho ilas de la caba
llería en dos lojes cada una, mandados por su correspondiente lojagos; ahora,
estos lojes se agruparon en dos hiparquías, ocho en cada una, de tal modo que,
en lo sucesivo, si vale emplear expresiones militares modernas, dos regimientos
de esta caballería pesada encuadraban ocho escuadrones, más débiles desde luego.
Una de las dos hiparquías fué confiada a Clito, hijo de Drópidas, el “negro
Clito”, que hasta entonces había mandado la ila real de la caballería; la otra a
Efestión. Pero el número de hiparcas se multiplicó ya en la campaña del año
siguiente.
Y en iguales o parecidos términos se aumentaron los jinetes de las tropas
mercenarias, que en el año 331 se habían incorporado al ejército en número de
cuatrocientos hombres al mando de Ménidas, pasando a formar ahora más de una
hiparquía.
Ya se había introducido también, como arma nueva, la de los acontistas
de a caballo, cuyo número resulta imposible calcular.
Las reformas no menos importantes introducidas en la formación de las
fuerzas de infantería y que se ponen de manifiesto en la campaña índica no
parece que fueron implantadas sino después del gran reforzamiento que el ejército
experimentó en la Bactriana.
Ya estando en Persépolis, el rey había girado órdenes a las satrapías para que
reclutasen tropas jóvenes con un total de 30,000 hombres, que habían de ser