Page 239 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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ALEJANDRO EN PARTIA 233
Alejandro, por dos razones: primero, porque los mercenarios griegos se habían
retirado de Thara a las montañas de los tapurios y, segundo, porque Nabarzanes
y Fratafernes se encontraban en Hircania, al otro lado de aquellos montes.
Alejandro se desvió del camino de Corasán, por el que había huido Bessos, para
apoderarse de aquellos importantes desfiladeros. Zadracarta, una de las principales
ciudades de Hircania, situada en las estribaciones septentrionales de las cordi
lleras, había sido escogida como punto de reunión de los tres destacamentos del
ejército con que Alejandro había decidido trasladarse a Hircania. Erigió, acom
pañado por algunas tropas de caballería, marchó por el camino más largo, pero
más Cómodo, con el bagaje y los carros; Crátero, con su falange y la de Amintas,
seiscientos arqueros y otros tantos jinetes, marchó hacia las montañas de los ta
purios, para reducir a aquellas tribus y, al mismo tiempo, dar la batalla a los
mercenarios griegos, si los encontraba; por su parte, Alejandro, con el resto del
ejército, siguió el camino más corto y más difícil, que, saliendo por el noroeste
de Hecatómpile, se interna en la montaña. Las columnas avanzaban con grandes
precauciones, en cabeza el rey con los hipaspistas, las tropas más ligeras de los
falangitas y una parte de los arqueros, dejando puestos de vigilancia en las altu
ras de ambas vertientes de la montaña para asegurar la marcha de los que venían
detrás y contra los que estaban dispuestos a lanzarse, de un momento a otro, las
rapaces y salvajes tribus de aquellas inmediaciones; pero el darles la batida habría
costado demasiado tiempo e incluso habría sido, tal vez, completamente ineficaz.
Alejandro, que se había adelantado a toda marcha con los arqueros, llegando a
un llano que hay por él lado norte de la montaña, hizo alto junto a un río poco
importante, para esperar allí a los que venían detrás. Todos confluyeron allí desde
lo alto de las montañas, siendo los últimos los agríanos, que formaban la reta
guardia de la columna y que se habían visto obligados a librar algunos combates
sueltos con los bárbaros. Después, Alejandro avanzó hacia Zadracarta, a donde
poco después llegaron también Crátero y Erigió, el primero con informes de que
no se había encontrado con los mercenarios griegos, pero que había sometido
por la fuerza a algunos tapurios, mientras que otros se le habían rendido volun
tariamente.
Ya estando acampado junto al río recibió Alejandro mensajeros del ciliarca
Nabarzanes, quien se mostraba dispuesto a abandonar la causa de Bessos para
rendirse al rey macedonio; y más adelante se presentaron ante él, para sometérse
le, el sátrapa Fratafernes y algunos de los persas más prestigiosos que habían
permanecido fieles al gran rey. El ciliarca, uno de los que habían atado a Darío,
hubo de contentarse con que su felonía quedase impune; su nombre, que había
sido uno de los más altos del imperio, no volvió a sonar. En cambio, Fratafernes
y sus dos hijos Farismanes y Sisines no tardaron en ganar la confianza de Alejan
dro, de la que habrían de mostrarse dignos en más de una situación peligrosa; al
padre le fueron devueltas sus satrapías de Partía e Hircania. Más tarde, presen
táronse también Artabazos y tres de sus tres hijos, Arsames, Cofenes y Ariobár-
zanes, el defensor de los pasos persas; Alejandro los recibió con todos los honores