Page 234 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      flotaban  por  todas  partes  denotaban  más  bien  un  peligro  inminente  que  un
      peligro vencido.  El  jefe  de los  mercenarios  griegos  esforzábase  en  colocarse  cerca
      del rey,  cuyo  carro rodeaban  Bessos y  sus  jinetes.  Por fin,  el leal  extranjero  logró
      su propósito:  comunicó al rey cuáles  eran sus  temores y le  suplicó  que  se  confiase
      a la protección de las  tropas griegas,  pues  sólo  junto a  ellas  estaba  su vida  segura.
      Bessos  no  comprendía la lengua,  pero  no  se le  escapó  el  significado  de los  gestos
      y  ademanes  del  heleno;  y  dióse  cuenta  de  que  no  había  tiempo  que  perder.  Al
      anochecer llegaron  a  Thara.  Las  tropas  acamparon  allí,  instalándose  los  bactria-
      nos  cerca  de  la  tienda  real.  En  medio  del  silencio  de  la  noche,  Bessos,  Nabar-
      zanes,  Barsaentes  y  algunos  otros  conjurados  entraron  en  la  tienda  del  rey,  se
      apoderaron de éste, lo ataron y lo arrastraron al carro en que se proponían llevarlo
      prisionero  a  Bactra,’ para  comprar  la  paz  a  cambio  de  la  entrega  de  su  persona
      al  enemigo.  La  noticia  de lo  que  ocurría  se  extendió  rápidamente  por  el  campa­
      mento,  que se levantó  en medio  de  un  desorden y  una  agitación  espantosas.  Los
      bactrianos  emprendieron la  marcha  hacia  el  este,  seguidos  a  regañadientes  por la
      mayoría de las tropas persas.  Artabazos y sus hijos abandonaron a su suerte al  des­
      venturado rey, por el cual ya no podían hacer nada y, en unión de los  mercenarios
      griegos y de los embajadores de la  Hélade,  retiráronse hacia  el  norte,  a las  monta­
      ñas  de los  tapurios;  mientras  tanto,  otras  fuerzas  persas,  principalmente  las  man­
       dadas  por  Artabelos,  hijo  de  Maceo,  y  por  Bagistañes  de  Babilonia,  corrieron
       hacia atrás para  rendirse ante Alejandro  y encomendarse  a  su  merced.


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           Alejandro  había  concedido  a  sus  tropas  algunos  días  de  descanso  en  Ragai.
       Reanudó la marcha en la mañana del sexto; y aquel mismo  día llegó,  a buen paso,
       a  la  entrada  occidental  del  desfiladero  de  los  pasos  caspios  (Aivan-i-Kaif);  al
       siguiente cruzó este  desfiladero  que por  espacio  de  tres  horas  entorpeció  bastante
       su  marcha,  salió  a  la  llanura,  bastante  bien  cultivada,  de  Coarene  (Khuar)  y
     i  recorrió  toda  la  distancia  que  le  era  posible  cubrir  en  un  día,  hasta  llegar  a  los
       confines  de  la  estepa  por  la  que  cruza,  en  dirección  este,  el  camino  hacia  la
       capital parta,  Hecatómpilos,  centro  en el  que convergen las  calzadas  militares  que
       van a la Hircania, a Bactra y a la Ariana.  Mientras el ejército acampaba y algunas
       tropas  se  dispersaban  por  la  comarca  para  explorar  los  caminos  a  través  de  la
       estepa,  presentáronse  en  el  campamento  Bagistanes  y  Artabelos  para  rendirse  a
       Alejandro; deelararon que Bessos y Nabarzanes se habían apoderado  de la  persona
       del  gran  rey  y  marchaban  a  toda  prisa  hacia  Bactra;  ignoraban  lo  que  hubiese
       podido  ocurrir después.
           En  vista  de  ello,  Alejandro  decidió  salir  a  toda  velocidad  en  persecución  de
       los fugitivos. Dejó atrás a la mayor parte de las tropas, al mando  de  Crátero y con
       órdenes  de seguir lentamente,  mientras  él  mismo  salía  a  toda  marcha  acompaña­
       do  por la caballería,  los  tiradores  y la  infantería  más  ligera  y  más  vigorosa.  Estu­
       vieron marchando  toda  la  noche y  hasta  el  mediodía  siguiente;  tras  unas  cuantas
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