Page 404 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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READMISION  DE  LOS  DESTERRADOS               401


      trar su puesto y su paz dentro  de esta monarquía,  el primer paso y el  más esencial
      de todos era el de iniciar y acostumbrar a los  griegos  a profesar la  misma  creencia
      en su  majestad  que  el Asia  profesaba  y en la  que  él  veía  la  garantía  más  esencial
      de  su  imperio.
          Por los  días  en  que  se  daban  en  el Asia  los  últimos  pasos  hacia  la  fusión  de
      lo occidental  y lo  oriental,  expidiéronse a  Grecia los  requerimientos  para  que,  por
      acuerdo  público,  fuesen  concedidos  al  rey  honores  divinos.  La  mayoría  de  las
      ciudades  hicieron lo  que  se les  pedía.  Ya  sabemos  cuál  fué  el  acuerdo  de  los  es­
      partanos:  si  Alejandro  quiere  ser  dios,  pues  bien,  que  lo  sea.  En  Atenas,  encar­
      góse Demades  de  formular la  propuesta  ante el  pueblo;  Pitea  se levantó  a  hablai
      en  contra  de  ella:  dijo  que  era  contrario  a  las  leyes  de  Solón  honrar  a  ningún
      dios  más  que  a  los  de  la  patria;  y  cuando  le  replicaron  cómo  un  hombre  de  su
      edad,  tan joven todavía, podía atreverse a hablar de cosas  tan importantes,  contes­
      tó  que  más  joven  aún  era  Alejandro.  También  Licurgo  se  manifestó  con­
      trario  a  la  proposición  que  se  discutía:  ¿qué  dios  sería  aquel  —dijo—  del  que
      habría  que  purificarse  al  abandonar  su  santuario?  Pero  antes  de  que  los  atenien­
      ses llegaran a  una  conclusión  sobre  este  asunto,  surgió  un  segundo  problema  que
      afectaba  ya  directamente  a  la  comunidad  cívica.


                      ORDEN  DE  READM ISIÓN  DE  LOS  DESTERRADOS
          Alejandro  cursó  una  orden  relacionada  con  los  desterrados  por  los  estados
      de la  Hélade.*  La mayor parte  de los  destierros  eran el  resultado  de  los  cambios
      políticos  y  en  la  última  etapa,  dadas  las  victorias  conseguidas  por  los  macedo­
      nios en los últimos quince años, habían ido enderezados,  naturalmente,  contra los
      adversarios de Macedonia.  Muchos  de estos  fugitivos  políticos habían encontrado
      antes  asilo  y  medios  para  seguir  luchando  contra  los  macedonios  en  los  ejércitos
      del gran rey persa;  después  de  la  caída  de  Persia  andaban  errantes,  desamparados
      y sin  patria,  por  el  mundo  entero;  algunos  entrarían  a  servir en  las  filas  del  ejér­
      cito  macedonio,  otros  serían  reclutados  por  los  sátrapas  a  espaldas  de  Alejandro
      y mientras éste se hallaba ausente en la  India,  otros vagabundeaban  por Grecia,  a
       donde habían vuelto para  rondar cerca de sus ciudades  en espera  de  que las  cosas
       cambiaran, o habían ido  a Tenaro, centro  de reclutamiento, para desde allí entrar
      a sueldo  de  cualquier potencia.  No  cabe  duda  de  que  cuando Alejandro  ordenó  a
      todos los  sátrapas  que licenciaran  inmediatamente  a  sus  mercenarios,  aumentaría
      en proporciones  extraordinarias la  cifra,  ya  de suyo considerable,  de  las  gentes  ca­
      rentes  de  servicio;  gentes  qúe  eran  necesariamente  peligrosas  para  la  tranquilidad
      de  la  Hélade  en  la  misma  medida  en  que  eran  numerosas  y  se  sentían  desgra­
      ciadas  y  arrastradas  a  la  desesperación.  Sólo  había  un  camino  para  salir  al  paso
      de  este  peligro:  permitir  a  los  desterrados  el  regreso  a  sus  patrias;  con  ello  se
      lograría,  además,  que el  odio  de quienes habían  sido  desterrados por la  influencia
          *  Véase  nota  18,  al  final.
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