Page 409 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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406                MANEJOS  DE  HARPALO  EN  ATENAS

       dado  por  terminadas  sus  indagaciones  y  pasó  el  asunto  al  tribunal.  Inicióse  así
       aquella  curiosa  serie  de  procesos  en  torno  al  asunto  de  Harpalo  en  que  intervi­
       nieron como acusados  o acusadores los  hombres  más  prestigiosos  de  Atenas;  figu­
        raban entre los  acusadores  Piteas,  Hipereides,  Mnesaicmo,  Himereo  y  Estrátocles;
       entre los acusados, el propio Demadés,  de quien se decía  que había  recibido  6,000
        estáteras,  Filocles  el  estratega,  Caricles,  el  yerno  de  Foción,  y  el  mismo  Domós-
        tenes.  Este  no  negó  haber  recibido  20  talentos  del  dinero  de  Harpalo,  pero 'ale­
        gaba que los había destinado a resarcirse  de  una  suma  equivalente  adelantada  por
        él a la  caja teórica y de la que no había  querido hablar,  y acusaba  al  areópago  de
        querer  tomarlo  a  él  como  víctima  propiciatoria  para  congraciarse  con  Alejandro;
        hizo  comparecer a  sus  hijos  ante  el  tribunal  para  mover  a  compasión  a  los  jura­
        dos.  Todo  en vano;  fué  condenado  a  pagar  el  quíntuplo  de  lo  que  había  recibido
        y,  en  vista  de  que  no  podía  reunir  tan  considerable  suma,  recluido  en  la  cárcel,
        donde  encontró  o  le  fueron proporcionados  los  medios  para  fugarse  al  sexto  día.
            Este  desenlace  de  los  procesos  harpálicos  tuvo  funestas  consecuencias  para
        Atenas.  Los  jurados,  expresión  directa  de  la  opinión  pública,  tuvieron  en  cuenta,
        evidentemente,  aquella  frase  de los  acusadores  de  que  ellos  juzgarían  a  los  acusa­
        dos,  pero  que  un  tribunal  más  alto  los  juzgaría  a  ellos,  y  de  que  tenían  el  deber
        de condenar a los  culpables,  por altos  que  éstos  estuvieran;  pero,  obligados  a  par­
        tir  de  premisas  tan  falsas  como  las  sentadas  por  la  sinuosa  política  ateniense  en
        el  caso  de  Harpalo,  dejáronse  llevar  de  consideraciones  de  orden  político  y  con­
        denaron  con  precipitada  severidad  a  unos,  absolviendo  a  otros  con  indulgencia
        no  menos  inmerecida.  Fué  absuelto,  por  ejemplo,  Aristogiton,  quien  según  las
        investigaciones  del  areópago  había  recibido  veinte  talentos,  y  que  era  el  más
        insolente  y  despreciable  de  todos  los  dirigentes  del  demos.  Y  tal  vez  lo  fuesen
        también  otros.  En  cambio,  hubo  de'huir  de  su  patria  para  escapar  a  las  conse­
        cuencias  de la  condena  el  gran  adversario  de  la  monarquía  macedonia;  con  él  se
        hundía el gran  puntal  del antiguo  partido  democrático  y  de  sus  tradiciones.  Con
        Filocles perdió el estado a un general que,  por lo  menos, había  sido  elegido  repe­
        tidas veces  por el pueblo  para  ese  cargo.  Demades  permaneció  en  Atenas  a  pesar
        de haber sido condenado, y su influencia imperaba con tanta mayor fuerza cuanto
        más  insignificantes,  mezquinos  y  carentes  de  conciencia  eran  los  hombres  que
        asumieron  la  dirección  del  pueblo  ateniense  después  de  aquellos  procesos.  La
        política  de  Atenas  hízose  más  inestable  todavía  que  antes  y  pronto  se  tomó  en
        servil.  Negóse  a  los  desterrados  la  vuelta  a  la  patria,  y  todo  el  mundo  temía
        que de  un momento  a  otro  cruzaran la  frontera  de la  Megárida,  acogiéndose  a  la
        amnistía  de. Alejandro;  y,  sin  embargo,  nada  Se  hacía  para  proteger  a  la  ciudad,
        fuera del acuerdo de  enviar al  rey  una  embajada  solicitando  autorización  para  no
        readmitir a los  desterrados, medida  que  representaba  una  perfecta  torpeza,  por lo
        menos  desde  el  punto  de  vista  de  la  libertad  del  estado  ateniense,  pues,  habién­
        dose mostrado ya  resuelto a  atenerse a los  acuerdos  de  Corinto,  no  tenía  por  qué
        dar  este  paso,  en  el  que,  además,  se  traslucía  bastante  claramente  el  temor  de
        que la respuesta del rey fuese negativa.
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