Page 413 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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410               POLITICA  INTERIOR  DE  ALEJANDRO

           Ante la  situación  en  que  encontró  el  imperio  a  su  vuelta  de  la  India,  tenía
      que  darse  cuenta  necesariamente  de  los  defectos  inherentes  a  la  obra  tan  acele­
       radamente  realizada.  La  severidad  de  las  penas  impuestas  podía  servir  para  atajar
       el peligro inmediato, para atemorizar a quienes  maquinasen  nuevos  crímenes,  para
       demostrar a oprimidos y opresores  que  había  por encima  de  ellos  un  ojo  vigilante
       y una mano poderosa. Pero lo más difícil  de  todo  era,  después  de  diez  años  como
       aquellos de cambios fabulosos y gigantescas conmociones,  después  de  aquella  exal­
       tación de las  pasiones,  de  las  exigencias  y  de  los  placeres  por  parte  de  los  vence­
       dores y del miedo y la  rabia por parte  de los  vencidos,  hacer  que  todos  volvieran
       a  respirar tranquilos,  a  recobrar  el  equilibrio,  a  acostumbrarse  a  la  cotidiana  nor­
       malidad.
           El  carácter y  el  modo  de  ser  de  Alejandro,  y  tal  vez  también  el  estado  de
       cosas con que tenía que  contar,  no  eran los  más  adecuados  para  afrontar  los  nue­
       vos problemas que se planteaban. Alejandro había rebasado ya  el  cénit de  su vida;
       su  estrella  empezaba  a  declinar  y  las  sombras  iban  creciendo.


                  LA  POLÍTICA  INTERIOR  DE  ALEJANDRO  Y  SUS  RESULTADOS
           Permítasenos  destacar  aquí  los  aspectos  más  importantes  de  las  dificultades
       y los problemas que, a partir de ahora,  empezaron  a acumularse.  En la  medida  en
       que la obra realizada y los principios a que respondía  tendían a  plasmarse en  nue­
       vas  realidades  surgían  consecuencias,  contradicciones,  imposibilidades  tras  las  que
       asomaba “la otra faz”, la del hecho consumado;  y la  fuerza  de  resistencia  de aquel
       cúmulo  de  dificultades  y  problemas  iba  haciéndose  cada  vez  mayor.
           Ya  hemos  dicho  cómo  fué  acogida  la  decisión  de  Alejandro  sobre  los  deste­
       rrados, proclamada  por Nicanor  en los  juegos  olímpicos.  Pero,  al  volver  a  sus  pa­
       trias  respectivas,  los  emigrados  encontráronse  con  que  sus  casas,  sus  tierras,  sus
       bienes,  habían  sido  confiscados,  vendidos y vueltos  a  vender  durante  su  ausencia.
       El  regreso  de  los  desterrados  trajo  consigo,  en  todas  las  ciudades  helénicas,  una
       estela  de  disgustos y procesos  de la  más  variada  especie.  En  Mitilene  concertóse,
       para hacer frente  a  estos problemas,  un  pacto  entre  los  desterrados y  los  que  ha­
       bían  permanecido  en  la  ciudad,  por  virtud  del  cual  se  instituía  una  comisión
       mixta  encargada  de  resolver los  conflictos  referentes  a  la  propiedad;  en  Eresos  se
       dejó,  “en  cumplimiento  de la  orden  del  rey”,  que  los  desterrados  se  erigieran  en
       jueces  contra  los  tiranos  que  los  habían  expulsado  del  suelo  patrio  y  contra  sus
       descendientes y partidarios;  en  Calimna  se  constituyó  un  tribunal  arbitral  forma­
       do  por  cinco  vecinos  de  Jasos.  Son, .simplemente,  unas  cuantas  noticias  sueltas
       que han llegado a nosotros por azar; pero es lógico suponer que todas las  ciudades
       helénicas, cuál más cuál menos, pasarían por las mismas  dificultades y  experimen­
       tarían la  misma  conmoción  atite  el  problema  del  regreso  de  los  desterrados.
           Una noticia  fortuita  análoga  a  éstas  da  a  entender que  Alejandro  había  con­
       cedido  en  otro  tiempo  un  lote  de  tierras  a  los  soldados  asentados  como  colonos
       junto  al  monte  Sipilos,  en  la  antigua  Magnesia;  no  es  posible  saber  cuándo,  en
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