Page 418 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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POLITICA  INTERIOR  DE  ALEJANDRO             415

       habrán  de  desarrollarse  con  amplitud  cada  vez  mayor  en  todos  los  campos  del
       arte, la  ciencia,  la  religión,  en  todos  los  dominios  del  conocimiento  y  la  voluntad
       humanos,  traduciéndose  no  pocas  veces  en manifestaciones  confusas y en  degene­
       raciones  en  las  que  sólo  la  mirada  histórica  acostumbrada  a  captar  las  profundas
       trabazones que se extienden a través de los siglos es capaz de descubrir el  poderoso
       aliento  del  progreso  que  late  en  lo  hondo.  El  arte  helénico  no  salió  ganando
       nada,  ciertamente,  con  que  la  serena  grandeza  de  sus  proporciones  armónicas  se
       convirtiese  en  la  pompa  asiática  de  las  masas  grandiosas  y  exuberantes,  con  que
       el idealismo de sus creaciones desapareciera bajo  el lujo  de costosos materiales y el
       halago  realista de  los  sentidos.  El  sombrío  esplendor  de  los  templos  egipcios,  las
       fantásticas  salas  y  ciudadelas  de  Persépolis,  las  ruinas  gigantescas  de  Babilonia,
       las  arquitecturas  indias,  con  sus  ídolos  en  forma  de  serpientes  y  sus  elefantes
       tendidos  bajo  las  Columnas:  todo  esto,  mezclado  con  las  tradiciones  de  su  arte
       patrio,  fué para  el  artista  helénico,  sin embargo,  un  rico  tesoro  de  nuevas  ideas  y
       nuevos  proyectos;  pero  las  concepciones  fueron  degenerando  ya  hasta  lo  mons­
       truoso;  baste  recordar  aquel  proyecto  gigantesco  de  un  Deinócrates  para  tallar
       sobre  el  monte  Athos  una  estatua  monumental  de  Alejandro,  una  de  cuyas  ma­
       nos  sostendría  una  ciudad  de  diez  mil  habitantes,  mientras  que  de  la  otra  se
       precipitaría  hacia  el  mar,  en  imponentes  cascadas,  un  río  que  bajaba  de  la  mon­
       taña.  Sin embargo,  el  arte  había  de  encumbrarse  poco  después,  en  las  cabezas  de
       las  monedas  y  en  la  estatuaria  de  los  poetas  y  los  pensadores,  hasta  las  alturas
       de la  suprema  verdad  y  la  suprema  vida  individuales,  y  en  las  grandes  composi­
       ciones plásticas —como en las de Pérgamo— hasta llegar a la expresión más audaz
       de las pasiones  más movidas y los  pensamientos  más  tensos.  Y  tras  esto  vino  una
       época  de  rápida  decadencia,  encubierta  bajo  un  lujo  desolado  y  un  virtuosismo
       repelente.
           También  el  arte  poético  intentó  participar  de  esta  nueva  vida;  la  llamada
       comedia  nueva  y  la  elegía  denotan  una  finura  de  observación  psicológica  y  un
       dominio  de  recursos  para  pintar  los  caracteres  y  situaciones  de  la  vida  diaria,  lo
       que  podríamos  llamar  la  pequeña  vida  social,  tanto  la  real  como  la  idílicamente
       ficticia,  que  a  través  de  estas  formas  poéticas  nos  damos  cuenta  mejor  que  de
       ningún  otro  modo  cuán lejos  estaba  aquella  época  del  antiguo  signo  de  los  gran­
       des intereses comunes, de las  grandes  ideas  y pasiones  que hacen la  vida  digna  de
       ser vivida.  La  poesía helenística,  entregada a  lo  individual  y a lo  realista,  no  supo
       encontrar  nueva  inspiración  ni  en  las  luchas  heroicas  que  estaban  desarrollándose
       ante sus ojos ni en las pasmosas  creaciones  nuevas  a  que esas luchas  abrían cauce,
       a  menos  que  queramos  considerar  como  un  producto  de  esa  nueva  inspiración  la
       turbulenta poesía  galiámbica  de la  automutilación;  no  supo asimilarse ya  la  rique­
       za  de  colorido  de los  cuentos  persas  ni la  solemnidad  supraterrenal  de  los  salmos
       y profecías  monoteístas;  cuando  quetía  remontarse  por  sobre  los  fenómenos  coti­
       dianos,  que  eran su  tema  predilecto,  retornaba  a  la  imitación  de  su  época  clásica
       y  dejaba  que  los  orientales  transmitiesen  de  generación  en  generación,  en  mil
       cantos  y leyendas,  el  recuerdo  de  su  héroe  común,  Iscánder  o  Alejandro.  Entre
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