Page 414 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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POLITICA  INTERIOR  DE  ALEJANDRO              411

      qué  circunstancias  ni  con  qué  derechos,  ni  si  aquellos  colonos  macedonios  eran
      mercenarios  o  qué eran*Pero  no  cabe  duda  de  que  no  se  trataba  de  ningún  caso
      excepcional;  sabemos,  por  las  monedas,  que  en  el  Docimeo  y  en  Blaudos  había
      colonos  macedonios  y  en Apolonia  colonos  tracios.  Los  lotes  de  tierras  asignados
      a estos colonos  ¿pertenecían a  las  tierras  de las  propias  ciudades  o a  los  dominios
      de  la  corona?  La  misma  pregunta  cabe  hacer  con  referencia  a  las  ciudades,
      “más de setenta”,  fundadas  por Alejandro,  y también  cabe  preguntar:  ¿Con  arre­
      glo a  qué  constitución y  con  qué  derechos  se asentaba  a  estos  colonos  al  lado  de
      la  antigua  población  o  de  los  indígenas  a  quienes  se  convencía  o  se  obligaba  a
      instalarse  en  las  ciudades  respectivas?  ¿Cuál  era  el  concepto  que  se  tenía  de  los
      dominios  de  la  corona?  ¿En  qué  sentido  disponía  Alejandro  de  las  ciudades  de
      ¡Quíos, Gergetos, Elea y Milasa, cuando invitó a Foción a elegir cualquiera de ellas?
          No  sabemos  hasta  qué  punto  modificó  o  dejó  en  pie  Alejandro  el  viejo  sis­
      tema  administrativo  de  sus  territorios,  el  catastro  fiscal  de  los  persas,  su  sistema
      tradicional de impuestos. Dice Arriano que el rey, a su regreso de la India a Persia,
                                             t i
                                »
      impuso tan duros castigos para intimidar a aquellos a quienes había  dejado  “como
      sátrapas,  hiparcas y  nomarcas” .  ¿Sería  éste  el  orden jerárquico  de  su  organización
      administrativa?  ¿Se  repetirían  esos  grados  en  todas  las  satrapías  o  habría,  como
      parece  indicar  el  ejemplo  del  Egipto,  distintos  sistemas  administrativos  para  los
      distintos  territorios  de  un  imperio  tan  amplio  como  aquél:  uno,  supongamos,
      para  la  Siria,  otro  para  el  Irán,  otro  para  la  Bactriana,  etc.?  ¿La  tesorería  y  el
      cobro  de  las  contribuciones,  sólo  se  hallarían  encomendados  a  funcionarios  espe­
      ciales  en  las  satrapías  del  Asia  Menor  y  en  los  países  de  habla  siria?  Tampoco
      sabemos  cómo se hallaban  reguladas  sus relaciones  con los  comandantes  militares
      de  la  satrapía,  cómo  se. hallaba  deslindada  la  competencia  de  los  diferentes  car­
      gos,  de  qué  modo  se  hallaban  retribuidos  éstos,  etc.  Sabemos,  sin  embargo,  por
      casualidad,  que  Cleomenes  de  Naucratis,  que  regentaba  la  Arabia  egipcia,  podía
      recargar por sí y ante sí los aranceles de exportación sobre el  trigo  y acaparar todo
      el trigo de su provincia para lucrarse con la carestía,  que en Atenas  sobre todo lle­
       gó  a  adquirir proporciones  enormes,  gravar con  impuestos los  cocodrilos  sagrados,
       etc. De Antímenes,  el rodio,  del  que  no  se sabe  a  ciencia  cierta  qué  funciones  se
       le  habían  conferido  en  Babilonia,  dícese  que  restableció  el  impuesto,  ya  abolido,
       del diez por ciento  sobre  todos los  productos que entraran en la  provincia  babiló­
       nica  y  que  instituyó  una  especie  de  organización  aseguradora  de  esclavos,  que
       mediante el pago de diez dracmas por cabeza garantizaba a los dueños de esclavos,
       cuando  se les  escapase  alguno,  la  indemnización  de  su  valor.  Son  detalles  sueltos
       con que nos encontramos en las fuentes, aquí y allá.  Ni sabemos tampoco el lugar
       que  en  la  administración  pública  ocupaban  las  tribus  (έθνη)  al  lado  de  las  ciu­
       dades,  el  que  ocupaban  los  dinastas,  los  estados-templos  (Efeso,  Comana  y
       otros), los príncipes  tributarios,  etc.
           Uno de los fermentos más fuertes de los nuevos estados de cosas en gestación
       debió de ser la fabulosa masa de metales preciosos que la conquista  del Asia  puso
       en manos  de Alejandro.  Antes  de la  guerra  del  Peloponeso,  Atenas,  por  el  hecho
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