Page 412 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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TAREAS  DE  PAZ  DE  ALEJANDRO               409

      en  que  debe  descansar  la  vida  de  la  familia,  la  de  la  comunidad  cívica  y  la  del
      estado,  las  había  debilitado  y  desintegrado,  convertido  en  orujo  como  la  uva
      después  de  pisada  en  el  lagar  para  sacarle  el  zumo.  Si  Alejandro  se  hubiese  limi­
      tado  a  conquistar  el  Asia  para  los  helenos  y  los  macedonios  y  a  entregarles  los
      asiáticos  como  esclavos,  aquéllos  habríanse  convertido  rápidamente  en  asiáticos
      en  el  peor  sentido  de  la  palabra.  ¿Acaso  era  la  dominación  y  el  avasallamiento
      lo que,  durante los  siglos  que llevaba  de  vida  el  mundo  helénico,  había  ido  dila­
      tando  más  y  más  este  mundo  en  nuevas  y  nuevas  colonias,  haciendo  surgir  por
      todas partes nuevos brotes lozanos y llenos de vida? ¿Acaso la vida helénica no había
      llegado hasta los libios de la Sirte, hasta los escitas de la Meótida, hasta las  tribus
      celtas enclavadas  en los Alpes  y en los  Pirineos  del mismo  modo,  por los  mismos
      procedimientos  con  que  ahora  se  esforzada  Alejandro  en  difundirla  a  través  de
      los vastos territorios  del Asia?  ¿Acaso las  innumerables huestes  de  los  mercenarios
      helénicos  que  desde  hacía  tanto  tiempo  andaban  desperdigadas  por  el  mundo,
      derrochando  no  pocas  veces  sus  energías  contra  su  misma  patria,  no  eran  una
      prueba bien  elocuente  de  que  la  Hélade  no  brindaba  ya  campo  bastante  para  la
      plétora  de  fuerzas  que  había  engendrado?  ¿Acaso  el  poder  de  aquellos  bárbaros
       a quienes los helenos consideraban  como esclavos natos  no se había  mantenido  en
       pie  desde  hacía  un  siglo  gracias  a  las  fuerzas  armadas  que  la  propia  Hélade  les
       vendía?
          Aristóteles tenía razón, indudablemente,  al pedir que siguiera  construyéndose
       a base  de las  condiciones  dadas;  pero la  sonda  de  su  pensamiento  no  calaba  bas­
       tante  cuando  aceptaba  los  hechos  tal  y  como  eran,  en  sus  aspectos  más  débiles
       y en sus  formas  más insostenibles.  El  que  tanto el  mando  helénico  como  el  asiá-
       tico se hubiesen derrumbado bajo los embates  de la  conquista  macedónica,  el  que
       esta  conquista  hubiese  realizado  la  critica  historica  demoledora  de  situaciones
       completamente  falsas  y corrompidas,  no  era  más  que  un  aspecto  de  la  gran  revo-
       lucion  desencadenada  por  Alejandro.  Los  recuerdos  y  la  cultura  del  Egipto  con­
       tábanse  por  milenios.  El  mundo  sirio-babilónico  revelaba  una  plétora  maravillosa
       de maestría politécnica,  de observaciones astronómicas y de  antiguas literaturas.  Y
       las  doctrinas  de los iranios y los bactrianos, la  religión y la  filosofía  de  aquel  país
       maravilloso que  era  la  India  abrían  un  mundo  de  insospechados  procesos  históri­
       cos  ante  el  que  podía  asombrarse  el  orgullo  cultural  helénico,  todavía  tan  satis­
       fecho de sí  mismo.  No, aquellos asiáticos  no  eran bárbaros al  modo  como  lo  eran
       los  ilirios, los  tribalios  o los  getas,  gentes  salvajes  o  semisalvajes,  como  el  nativis-
       mo  helénico  gustaba  de  representarse  todo  lo  que  no  fuese  griego.  Los  conquis­
       tadores no sólo podían aportarles mucho,  sino  que podían también recibir mucho
       de  ellos.  Tratábase  de  aprender  muchas  cosas  y  de  adaptar  a  la  nueva  situación
       muchas  de  las  cosas  ya  aprendidas.
           Y     con  ello —tal  es  la  conclusión  a  que  podemos  llegar—  comenzaba  la  se­
       gunda  parte  de  la  misión  que  se  había  propuesto  Alejandro,  el'15EajÍDr3eTpa^''
       más  difícil  que  las  victorias  conseguidas  por  las  armas  y  que  era,  además,  el  lla­
       mado a asegurar los resultados de éstas, a  justificarlas y a darles  un porvenir.
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