Page 95 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SEGUNDA  EXPEDICION  A  GRECIA                87

      hipaspistas,  los  agríanos,  los  arqueros  y  dos  falanges  y,  sin  esperar  a  que  llegasen
      el  resto  de  las  columnas,  ordenó  que  avanzasen los  arqueros  y  los  agríanos;  estas
      tropas  irrumpieron  en  el  campamento  enemigo,  por  donde  podían  encontrar  me­
      nos  resistencia;  sorprendieron  al  enemigo  profundamente  dormido,  sin  mandos
      y  sin  valor para  resistir y lo  pasaron  a  cuchillo  dentro  de  sus  tiendas,  en  la  larga
      callejuela  del  campamento  y  en  su  atropellada  retirada;  muchos  de  los  supervi­
      vientes  fueron  hechos  prisioneros  y  los  demás  se  retiraron  hasta  las  montañas
      defendidas  por los  taulantinos;  los  que  lograron  escapar,  salvaron  la  vida  a  costa
      de  abandonar  las  armas.  Clito,  su  príncipe,  consiguió  entrar  en  la  ciudad,  le
      prendió fuego y,  al amparo  del incendio,  corrió  a  refugiarse  cerca  de  Glaucias,  en
      las  tierras  de  los  taulantinos.  Así  fué  reconquistada  la  antigua  frontera  por  esta
      parte; a los príncipes vencidos  se les concedió la  paz,  a lo que  parece,  bajo  la  con­
      dición  de  que reconociesen  y acatasen la  soberanía  de  Alejandro.
          Los  rápidos  y  repetidos  golpes  descargados  por  el  rey  contra  los  ilirios,  no
      pocas  veces  en  ataques  muy  audaces,  hasta  derrotarlos,  indican  cuán  impaciente
      se hallaba  por  poner  fin a  la lucha  en  este  sector.  Mientras  Alejandro  se  hallaba
      ocupado  en  luchar  contra  los  ilirios,  estallaba  en  el  sur  un  movimiento  que,
      aunque  rápidamente  aplacado,  podía  entorpecer  todavía  durante  largo  tiempo,  o
      incluso  hacerlo  imposible  para  siempre,  el  gran  plan  de  la  expedición  contra  los
      persas.

                           SEGUNDA  EXPEDICIÓ N  A  GRECIA
          Aunque  los  helenos  habían  reconocido  la  hegemonía  de  Alejandro  y  jurado
      la  alianza  con  él  en  el  consejo  anfictíóníco  de  Corinto,  el  hombre  a  quien
      temían  hallábase  lejos,  con  sus  fuerzas  armadas,  y  las  palabras  de  quienes  exhor­
      taban  a  luchar  en  nombre  de  las  antiguas  libertades  y  de  la  gloria  de  los  viejos
      tiempos  encontraban  abiertos  no  pocos  oídos  y  corazones.  Sin  embargo,  mientras
      en  la  corte  de  Susa  no  se  dieran  cuenta  del  peligro  que  representaba  el  joven
      rey  de  Macedonia,  no  había  más  remedio  que  maniobrar  hábilmente;  los  ate­
      nienses  no  podían  haber  olvidado  todavía  la  contestación  que  no  hacía  mucho
      recibieran  del  gran  rey:  “No  os  daré  dinero;  es  inútil  que  me  enviéis  súplicas,
      pues  no  recibiréis  nada.”  Pero,  poco  a  poco,  los  persas  fueron  dándose  cuenta
      de la  clase  de  enemigo  que  le  había  surgido  al  imperio  con  Alejandro.  Memnón
      —su  hermano  probablemente  no  vivía  ya  —fué  enviado  con  5,000  mercenarios
      helenos  a  luchar  contra  las  tropas  macedonias  que  habían  desembarcado  ya  en
      el  Asia.  Pero  el  movimiento  de  agitación  entre  los  helenos  asiáticos  no  se  las
      prometía  buenas;  el  mejor  camino  y  el  más  seguro  era  el  que  tantas  veces  se
      había  seguido:  combatir  a  los  enemigos  del  imperio  en  la  Hélade  ν  por  medio
      de  los  helenos.
          Darío  envió  a  los  helenos  un  mensaje  incitándolos  a  la  guerra  contra  Ale­
      jandro;  hizo  llegar  dinero  a  diversos  estados,  entre  ellos  300  talentos  a  Atenas,
      y  aunque  el  demos  tuvo  todavía  el  buen  sentido  necesario  para  no  aceptarlos,  se
      hizo  cargo  de  ellos  Demóstenes,  para  invertirlos  en  interés  del  gran  rey  y  en
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