Page 97 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SEGUNDA  EXPEDICION  A  GRECIA                89

      sospechar  siquiera  lo  que  se  estaba  tramando.  Luego,  convocaron  a  una  asamblea
      a los ciudadanos y deliberaron acerca de lo que ya había acaecido y de lo que debía
      hacerse;  juraron  ante  el  pueblo,  por  el  amado  nombre  de  la  libertad  y  el  de  sus
      viejas  glorias,  que  lucharían  hasta  abatir  el  yugo  de  los  macedonios  y  que  toda
      Grecia  y  el  rey  persa  estaban  dispuestos  a  ayudarles;  y  cuando  aseguraron  que
      va  no  era  necesario  temer  a  Alejandro,  pues  había  muerto  luchando  en  Iliria,  el
      pueblo congregado acordó restaurar las  antiguas libertades,  volver a  elegir boyotar-
      cas  que  gobernasen  la  ciudad,  expulsar  a  la  guarnición  macedonia  de  la  Cadmea
      y  enviar  embajadores  para  recabar  el  apoyo  de  los  demás  estados.
          Todo  parecía  augurar  el  más  feliz  de  los  éxitos;  los  élidas  habían  arrojado
      va  de  su  territorio  a  los  partidarios  de  Alejandro;  los  etolios  estaban  en  movi­
      miento,  Atenas  se  preparaba  para  pelear,  Demóstenes  enviaba  armas  a  los  te­
      banos,  los  areadios  se  disponían  a  ayudar  a  Tebas  en  su  lucha.  Y  cuando  se
      presentaron en el istmo los  emisarios  de Antípatros  para  recordar a  quienes  se ha­
      bían  propasado ya tanto los  tratados  firmados por ellos  y  requerirlos  a que  presta­
      sen la  ayuda  federal  a  que  se  habían  comprometido,  no  se  les  dió  crédito  a  ellos
      y sólo se  escucharon las  súplicas  de los  embajadores  tebanos,  quienes,  empuñando
      ramos  de  olivo  envueltos  en  lana,  iban  a  recabar  ayuda  para  la  lucha  sagrada
      emprendida por su  ciudad.  Los  tebanos  no descansaban  un  momento;  la  ciudade­
      la de la  Cadmea  fué rodeada de empalizadas y de otras  obras  para  aislarla y evitar
      que  su  guarnición  recibiese  ayuda  ni  víveres  de  fuera;  los  esclavos  fueron  ma­
      numitidos y se  les  armó,  al  igual  que  a  los  metecos,  para la  guerra;  la  ciudad  era
      un  inmenso arsenal  de  armas y  provisiones;  pronto  caería  la  Cadmea  y,  entonces,
      Tebas  y  toda  la  Hélade  podrían  considerarse  libres,  quedaría  lavada  la  afrenta
      de  Queronea  y  la  liga  pactada  en  Corintio,  aquella  ficción  de  independencia  y
      seguridad,  se  esfumaría  ante  la  luz  radiante  del  nuevo  amanecer  que  parecía
      despuntar  ya  sobre  Grecia.
          De  pronto  empezó  a  circular  el  rumor  de  que  un  ejército  macedonio  avan­
      zaba  a  marchas  forzadas,  de  que  estaba  ya  a  dos  millas  de  distancia  solamente,
      en  Onquestos.  Los  dirigentes  aplacaron  al  pueblo;  a  su  frente  vendría  Anti-
      patros;  puesto  que  Alejandro  estaba  muerto,  110  había  por  qué  temer  a  los
      macedonios.  Llegaron  emisarios  diciendo  que  aquel  ejército  venía  mandado  por
      Alejandro;  sus  informes  fueron  mal  recibidos;  sería  Alejandro  el  lincestio,  el  hijo
       de  Eropo.  Al  día  siguiente,  el  rey  a  quien  se  daba  por  muerto  presentábase  bajo
      los  muros  de  la  ciudad  a  la  cabeza  de  sus  tropas.
          Todo,  en  esta  primera  guerra  de  Alejandro,  es  sorprendente,  repentino,
       nervioso  y  dinámico,  y  sobre  todo  esta  marcha  hasta  Tebas.  Catorce  días  antes
       descargaba  su  último  golpe  en  la  batalla  de  Pelión;  habíase  puesto  en  marcha
       ante las noticias de lo que estaba ocurriendo en Tebas y en siete días había cruzado
       las  montañas  hasta  llegar  a  Pelineo,  en  el  Peneo  superior;  siguió  marchando  sin
       dilación  hasta  el  Esperqueo  y  pasó  las  Termopilas,  llegando  sin  impedimento  a
       Onquestos,  a  dos  millas  de  distancia  de  Tebas,  después  de  recorrer  casi  sesenta
       millas  desde  Pelión.
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