Page 101 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SEGUNDA  RENOVACION  DE  LA  LIGA  CORINTIA         93

      Demóstenes  habían acordado  enviar ayuda  a Tebas  y  mandar la  flota  en  su  soco­
      rro;  pero  no  habían  sabido  aprovechar  la  demora  y  las  vacilaciones  de  Alejandro
      para poner en marcha sus  tropas  contra  él;  en  dos  días  de  marcha habrían  podido
      tomar  contacto  con  los  macedonios.  Estaban  precisamente  celebrando  las  fiestas
      de  los  grandes  misterios  (era  a  comienzos  de  septiembre)  cuando  los  fugitivos
      les llevaron  la  noticia  de  que  Tebas  había  caído;  las  fiestas  fueron  interrumpidas
      y, sin pérdida de momento, se retiró de la ciudad al campo el ganado, los ajuares  y
      cuanto  era  susceptible  de  transporte;  luego  se  celebró  una  asamblea,  convo­
      cada  a  instancias  de  Demades,  en  la  que  se  acordó  enviar  al  rey  una  embajada
      de  diez  personas  gratas  al  rey  para  darle  los  parabienes  por  su  feliz  regreso  del
      país  de  los  tribalos  y  de  la  guerra  contra  los  ilirios  y  por  la  represión  y  el  justo
      castigo  de  la  sublevación  de  los  tebanos  y,  al  mismo  tiempo,  para  rogarle  que  a
      la ciudad de Atenas le fuese dispensado el favor de poder dar asilo a los refugiados
      tebanos  en  gracia  a  su  antigua  fama  de  ciudad  hospitalaria  y  caritativa.  El  rey
      pidió  que  le  fuesen  entregadas  las  personas  de  Demóstenes,  Licurgo  y  Cardemo,
      el  rabioso  enemigo  del  poder  macedónico,  que  venía  a  poner  término  a  su
      lucrativo  sistema  de  hacer  las  guerras,  la  de  Efíaltes,  enviado  recientemente  a
      Susa  como  embajador,  y  las  de  otros  dirigentes,  alegando  que  aquellos  hombres
      eran  no  solamente  la  causa  de  la  derrota  infligida  a  Atenas  en  Queronea,  sino
      también  de  todas  las  tropelías  cometidas  después  de  la  muerte  de  Filipo  contra
      la  memoria  de  éste  y  contra  el  legítimo  heredero  del  trono  macedónico;  su
      responsabilidad por la caída de Tebas no era tampoco menor que la  de los propios
      tebanos instigadores  del levantamiento;  asimismo  debían  ser entregadas  las  perso­
      nas de éstos refugiadas  ahora en Atenas.  La  reclamación de Alejandro  provocó  las
      más violentas discusiones en el  seno  de la asamblea  del  pueblo  ateniense;  Demós­
      tenes exhortó  al  pueblo  para  que  “no  entregasen los  mastines  del  rebaño  al  lobo,
      como las  ovejas  de la  fábula”.  El  pueblo,  no  sabiendo  qué  camino  seguir,  esperó
      hasta  oír  el  parecer  del  severo  Foción;  éste  aconsejó  que  se  consiguiese  a  toda
      costa  el  perdón  del  rey,  para  no  añadir  a  la  catástrofe  de  Tebas,  con  una  resis­
      tencia  insensata,  la  ruina  de  Atenas;  las  diez  personas  reclamadas  por  Alejandro
      debían dar pruebas de estar dispuestas a realizar el  más grande sacrificio  por amor
      a  la  patria.  Sin  embargo,  Demóstenes  convenció  al  pueblo,  con  su  discurso,  de
      que  lo  que  había  que  hacer  era  conseguir  que  el  orador  Demades,  afecto  a  la
      causa  de  Macedonia,  se  prestase  por  cinco  talentos,  como  en  efecto  lo  hizo,
      a  comparecer  ante  Alejandro  y  suplicarle  que  los  tribunales  del  pueblo  ateniense
      se  encargaran  de  juzgar y  condenar  a  quienes  fuesen  merecedores  de  castigo.
         Alejandro  accedió  a  lo  que  se  le  pedía,  en  parte  por  el  respeto  que  Atenas
      le  merecía  y  en  parte  con  la  mira  puesta  en  la  expedición  al  Asia,  compren­
      diendo  que  no  era  conveniente  dejar  encendida  en  Grecia  la  chispa  del  descon­
      tento;  insistió  únicamente  en  la  deportación  de  Caridemo,  aquel  desvergonzado
     aventurero al que hasta Demóstenes  había  despreciado en  otro  tiempo;  Caridemo
      huyó  al Asia,  a  refugiarse  cerca  del  rey  de  los  persas.  Poco  después,  Efíaltes  salió
      también  de  Atenas,  buscando  asilo  en  el  mar.
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