Page 106 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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       personas  que ejercieron  estas  funciones  bajo  el  mando  y  las  inspiraciones  de  Ale­
       jandro.  No  se  preocupa  de  poner  en  claro  ante  sí  mismo  ni  de  hacer  compren­
       der al lector cómo  fueron posibles y llegaron a  realizarse las  hazañas  y los  triunfos
       por  éF narrados,  de  qué  recursos  se  dispuso  para  llevarlos  a  cabo,  hasta  qué
       punto se lograron con arreglo a un plan,  qué miras y qué puntos  de vista prácticos
       los  informaban,  en  qué  medida  respondieron  a  la  fuerza  de  voluntad,  a  la  re­
       flexión  o  al  genio  político  y  militar.^ -
           Nos  limitaremos  a  destacar  aquí,  por  el  momento,  entre  el  cúmulo  de  pro­
       blemas  esbozados  en  las  líneas  anteriores,  los  que  aparecen  como  esenciales  en
       los  umbrales  de  esta  pasmosa  marcha  triunfal.
           Hay  quienes  creen  hacer  justicia  al  carácter  y  al  genio  de  Alejandro  presen­
       tándolo  como  un  hombre  de  fogosa  y  desbocada  imaginación  que  marcha  al
       Asia,  seguido  de  un  ejército  no  menos  entusiasta  que  él,  para  dar la  batalla  a  los
       persas  dónde  y  cómo  los  encontrase  y  dejando  que  el  azar  o  su  buena  estrella
       guiase  sus  pasos  después  de  cada  victoria.  Otros  entienden  que  Alejandro  se
       limitó  a  poner  en  práctica  el  pensamiento  acariciado  siempre  por  su  padre  y  que
       le había sido infundido y recomendado constantemente a éste por filósofos,  orado­
       res  y  patriotas  y  que,  en  realidad,  era  un  pensamiento  concebido  y  desarrollado
       ya  por  la  cultura  helénica.
           El pensamiento,  antes  de  convertirse en hecho,  no  es  más  que  un  sueño,  un
       fantasma,  un  juego  de  la  ardiente  fantasía;  sólo  en  la  mente  y  en  los  actos  de
       quien lo realiza cobra forma, carne y sangre,  se convierte en el impulso  de sus pro­
       pios  movimientos,  en  una  realidad  actual  y  viva,  y  las  condicionalidades  y
       fuerzas que lo mueven y lo contrarrestan en el  tiempo y en el espacio  le  imponen
       nuevos y nuevos límites, le  imprimen contornos  cada vez  más  definidos,  le  infun­
       den  vigor  y  determinan,  a  la  par,  sus  debilidades  y  sus  limitaciones.
           ¿Partió  Alejandro  a  su  conquista  como  un  aventurero,  como  un  soñador,
       animado  tan  sólo  por  la  idea  escueta  de  apoderarse  del  Asia  hasta  los  confines
       de los mares  desconocidos que  circundaban aquellas  tierras?  ¿O  sabía lo  que que­
       ría  y  lo  que  podía  querer?  ¿Y,  sabiéndolo,  ajustó  a  ello  susT ^eTIM ftaiK ^y'
       políticos,  las  reglas  a  que  había  de  atemperar,  en  lo  posible,  su  conducta?
           No  se  trata  de  inferir  retroactivamente  sus  planes  a  base  de  la  sucesión  de
       sus éxitos, presentando la evidencia  como  prueba;  se  trata  de  saber si  existen real­
       mente pruebas de que,  antes  de acometer la  obra,  se  dibujase ya  claramente  ante
       su espíritu lo que esta  obra habría de ser.


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           Tal  vez podamos  citar  en apoyo  de  esta hipótesis  un hecho,  aunque  es  cier­
       to  que  nuestras  fuentes  no  hablan  de  él.  Aparte  de  las  escasas  inscripciones"”y
       obras  de  arte, los  únicos  restos  directos  que  nos  quedan  de  aquella  época  son  las
       monedas;  han llegado  a  nosotros  miles  de  ellas,  de  oro,  de  plata  y  de  cobre,  con
       eTcuno*de  Alejandro,  testigos  mudos  a  quienes  los  investigadores  han  obligado,
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