Page 90 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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82               CAMPAÑA  EN  TIERRAS  DEL  DANUBIO

           Alejandro  reanudó  la  marcha  interrumpida,  para  llegar  al  tercer  día  a  la
       orilla  del Danubio,  donde  estaban  esperándole ya las  naves  enviadas  desde  Bizan­
       cio;  inmediatamente,  embarcaron  en  ellas  los  arqueros  y  otras  tropas  con  arma­
       mento pesado para atacar la  isla  en  que se habían  refugiado  los  tribalos  y  tracios;
       pero  la  isla estaba  bien  vigilada;  sus  orillas  eran  escarpadas  y  difíciles  de  abordar;
       la corriente del río, que allí discurre encajonado,  era  muy rápida y las  naves  pocas;
       además, los getas  de las  orillas  del norte parecían  dispuestos  a  hacer causa  común
       con  los  tribalos  y  los  tracios.  Alejandro  retiró  sus  naves  y  decidió  atacar  inme­
       diatamente  a  los  getas  de  la  otra  margen;  dueño  ya  de  las  dos  orillas  después
       de someterlos, la isla  del Danubio no  podría tampoco  sostenerse.
           Los  getas,  como  unos  cuatro  mil  hombres  a  caballo  y  más  de  diez  mil  de  a
       pie,  habían  tomado  posiciones  en  la  margen  septentrional  del  Danubio,  delante
       de  una  ciudad  mal  fortificada  situada  un  poco  tierra  adentro;  esperaban,  lógi­
       camente,  que  el  enemigo  emplearía  varios  días  en  remontar  el  río  y  que  ello
       les  permitiría  asaltar  y  poner   en  dispersión a  los distintos  destacamentos  que
       fuesen  desembarcando.  Era  a  mediados  de  mayo y  los campos   cercanos  a  la
       ciudad  de  los  getas  estaban  cubiertos  de  trigo  lo  bastante  alto  para  ocultar  a
       los  ojos  del  enemigo  a  las  tropas  de  desembarco.  Todo  el  éxito  de  la  operación
       estribaba  en  sorprender  a  los  getas  con  un  ataque  rápido;  en  vista  de  que  las
       naves  de  Bizancio  no  podían  transportar  el  suficiente  número  de  tropas,  los  ma­
       cedonios  juntaron  multitud  de  barquillas  de  las  que  usaban  los  naturales  del
       país para pescar en el  río, piratear por aquellos  parajes  o  visitar las  aldeas  vecinas;
       además,  llenaron  de  paja  las  pieles  que  les  servían  de  tiendas  para  pernoctar
       y  las  ataron  bien  unas  a  otras  para  emplearlas  como  balsas.  Al  amparo  de  la
       noche, cruzaron el río mil quinientos  hombres de a  caballo y  cuatro  mil  de  a pie,
       al mando del rey,  y desembarcaron por la  parte  de  abajo  de la  ciudad,  resguarda­
       dos  detrás  de  los  grandes  campos  de  trigo.  Al  despuntar  el  día,  avanzaron  por
       entre los  trigales; la  infantería,  que  iba  delante,  recibió  órdenes  de  abatir  el  trigo
       con  sus  jabalinas  largas  y  de avanzar  hasta  llegar  a  los  campos  no  cultivados.
       Una  vez  aquí,  la  caballería, que  venía  en  retaguardia,  pasó  a   formar  el  ala
       derecha  bajo  el  mando  del  rey,  mientras  por  la  izquierda,  apoyada  sobre  el  río,
      avanzaba  la  falange  en  línea  desplegada,  mandada  por  Nicanor.  Los  getas,  ate­
       rrados  ante  la  para  ellos  inconcebible  intrepidez  de  Alejandro,  que  había  sido
      capaz  de  cruzar  con  tanta  facilidad  y  en  una  sola  noche  el  más  grande  de  los
      ríos,  no  se  sintieron  lo  bastante  fuertes  para  enfrentarse  a  la  carga  de  la  ca­
      ballería  ni  a  la  fuerza  de  la  falange  y  corrieron  precipitadamente  a  la  ciudad;
      y cuando vieron que el  enemigo  los  perseguía  hasta  allí,  huyeron  hacia  el  interior
       del  país,  llevando  consigo  todas  las  mujeres  y  los  niños  que  pudieron  cargar  en
       sus  caballos.  El  rey  entró  con  sus  tropas  en  la  ciudad,  la  destruyó,  envió  el
       botín  a  Macedonia,  escoltado  por  Filipo  y  Meleagro,  y,  cerca  del  río,  sacrificó
       en acción de gracias a Zeus, su salvador, a Heracles y al mismo río.  No entraba en
       sus planes  dilatar los límites  de  su  poder  hasta  las  vastas  planicies  que  se  extien­
       den  al  norte  del  Danubio;  el  ancho  río  era,  ahora  que  ya  los  getas  habían  pro­
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