Page 86 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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78                     LOS  VECINOS  DEL  NORTE

      al  mando  de  sus  cabecillas  con  la  misma  salvaje  independencia  que  habían  dis­
      frutado  en  tiempo  de  sus  padres.
          Los  primeros  que  se  levantaron  en  armas  fueron  los  ilirios,  acaudillados  por
      su  príncipe  Clito,  el  padre  del  cual,  llamado  Bardilis,  habíase  convertido  de
      carbonero  en  rey  y había  logrado  unificar bajo  su  mando  a  los  diversos  cantones
      iiíricos  para  organizar  expediciones  conjuntas  de  rapiña,  llegando  a  ocupar  cier­
      tas  regiones  fronterizas  de  Macedonia  en  los  caóticos  tiempos  de  Amintas  y  del
      alorita Tolemao,  hasta  que,  por  fin,  Filipo,  tras  enconadas  luchas,  logró  rechazar­
      los  hasta  más  allá  del  lago  de  Licnito.  Su  actual  caudillo,  Clito,  contaba  con
      poder adueñarse, por lo menos,  de los  pasos  situados  al  sur de  este lago.  LoS  tau-
      lantinos  y  su  príncipe  Glaucias,  que  ocupaban  las  tierras  enclavadas  al  lado  y
      detrás  de  las  de  aquéllas,  hasta  la  costa  cercana  a  Apolonia  y  a  Dirraquio,  pre­
      paráronse  para  hacer  causa  común  con  los  ilirios.  Y  también  los  autariates,  que
      desde  hacía  dos  generaciones  poblaban, los  valles  del  Brongos  y  del  Angras,  de
      lo  que  hoy  es  el  Morava  servio  y  búlgaro,  arrastrados  por  el  movimiento  general
      de rebeldía,  se  disponían  a  irrumpir en  el  territorio  macedonio.
          Y  aún  presentaba  un  cariz  más  peligroso  la  actitud  de  la  numerosa  tribu
      tracia  de  los  tribalos,  enemigos  de  los  macedonios,  enclavada  ahora  al  norte  de
      las  montañas  del  Haimos  y  a  lo  largo  del  Danubio.  Ya  hacia  el  año  370,
      desplazados  por  los  autoriatas  de  sus  tierras  de  la  cuenca  del  Morava,  habían
      encontrado  el  modo  de  descolgarse  a  través  de  las  montañas  y  de  bajar  hasta
      Abdera,  en  el  mar,  para  volver  cargados  de  botín  hasta  las  orillas  del  Danubio,
      donde  desalojaron  a  los  getas  de  sus  posiciones.  Las  poblaciones  expulsadas  de
      aquella  comarca  retiráronse  a  los  anchos  llanos  de  la  margen  izquierda  del
      Danubio,  de  las  que  antes  de  ellos  se  habían  posesionado,  lo  mismo  que  de  las
      marismas  boscosas  de  las  bocas  del  Danubio  y  de  la  estepa  de  la  Dobrudja,
      los  escitas  acaudillados  por  el  viejo  rey  Ateas;  éstos  viéronse  tan  acosados  por los
      tribalos,  que  su  rey,  sintiéndose  ya  impotente  para  cerrarles  el  paso,  invocó  por
      medio  de  los  griegos  de  Apolonia  amigos  suyos  la  ayuda  de  Filipo,  pero  antes
      de que llegasen los refuerzos macedonios ya los  escitas habían hecho las  paces  con
      los  getas  y  volvieron  las  armas  contra  los  que  venían  en  su  socorro;  éstos  les
      infligieron,  sin  embargo,  una  dura  derrota  (año  339).  Pero  en  su  camino  de
      vuelta  —a  través  de  las  tierras  ocupadas  por  los  tribalos—,  Filipo  vióse  asaltado
      alevosamente  por  aquellos  mismos  a  quienes  pensaba  intimidar,  le  arrebataron
      una  parte  del  botín  y  en  el  encuentro  salió  personalmente  herido,  viéndose
      obligado  a  retirarse  a  Macedonia  sin  haber  castigado  su  fechoría.  Al  invierno
      siguiente,  tuvo  que  acudir  a  Grecia  para  librar  la  guerra  anfictiónica  y  más
      tarde  le  distrajeron  con  más  importantes  menesteres  la  sumisión  de  Tebas,  la
      organización  de la  liga  corintia  y la  guerra  contra  el  ílírico  Pleurías;  y  la  muerte
      le  sorprendió  sin  haber  podido  ajustarles  las  cuentas  a  los  tribalios.  En  estas
      condiciones,  era  natural  que la  subida  al  trono  de  un  joven  rey  y  los  conflictos,
      harto conocidos,  desencadenados  en  la  corte  de  Pella,  tentasen  a  los  tribalos  con
      la  misma  fuerza,  por lo  menos,  que  a  los  ilirios.
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