Page 87 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 87

LOS  VECINOS  DEL  NORTE                   79

          Si  estas  gentes  bárbaras  se  levantaban  ahora,  podían  estar  seguras  de  que
      las  tribus  tracias  vecinas  suyas  que  moraban  en  las  montañas  del  Haimos  y -a  las
      que  “incluso  los  bandoleros  temían  como  a  bandoleros”,  los  maídos,  los  bessos,
      los  corpilas,  no  sólo  no  se  interpondrían  en  su  camino,  sino  que,  lejos  de  ello,
      se  les  unirían  y  las  harían  doblemente  temibles;  y,  asimismo,  habrían  hecho
      causa  común  con los  tribalos  los  llamados  tracios  libres,  situados  más  al  sur,  en
      la  región  del  Rodope,  hasta  el  valle  del  Nesos,  lo  mismo  que  hicieran  en  otro
      tiempo,  en  la  marcha  de  los  tribalos  sobre  Abdera.  Tampoco  podían  sentirse  los
      macedonios,  ni  mucho  menos,  seguros  de  la  comarca  semisometida  situada  un
      poco  más  al  norte,  del  principado  de  los  peonios,  enclavado  entre  el  Estrimón  y
      el  Alto  Axios,  cuya  importancia  era  aún  bastante  grande;*  no  podían  dejarse
      engañar  por  el  hecho  de  que,  de  momento,  permaneciesen  quietos.  Del  mismo
      modo  que  no  podían  fiarse  de  los  tracios  de  la  cuenca  del  Hebro  ni  de  los  que
      se  extendían  hasta  la  Propóntide  en  el  sur  y  hasta  el  Ponto  en  el  este,  que  en
      otro  tiempo  formaban  muchos  pequeños  principados  dispersos  y  que  juntos  re­
      presentaban  un poder digno  de  ser tenido  en  cuenta,  como había  ocurrido  mien­
      tras estuvieron en la monarquía odrisa —pues todos sus príncipes  descendían  de la
      familia  real  de Teres,  del  que  fuera  rey  de los  odrisios  en la  época  de  Pericles—;
      el  rey  Filipo  había  conseguido  irlos  separando  poco  a  poco,  a  fuerza  de  largas  y
      tenaces  luchas,  y  colocarlos  bajo  su  dependencia;  como  sabemos,  la  dura  guerra
      del  año  340  fué  provocada  por  la  exigencia  de  los  atenienses  de  que  Filipo  res­
       taurase  en  su  mando  a  Quersobleptes  y  al  viejo  Teres.  Es  posible  que,  después
      de  la  victoria  de  Queronea,  Filipo  se  ocupase  de  ordenar  también  la  situación
      reinante en  la  Tracia;  no  cabe  la  menor  duda  de  que  algunos  de  estos  príncipes
      conservaron  sus  territorios,  pero  como  vasallos  de  Macedonia  y  soportando  a
      duras penas  este yugo;  muy a  duras penas,  ya  que  las  colonias  macedónicas  situa­
       das  junto  al  Hebro  y  tal  vez  un  estratega  macedonio  nombrado  gobernador  de
      aquellas regiones los  obligaban a mantenerse tranquilos.  Ya  sin  necesidad  de  que
       estos  pueblos  aprovechasen  la  coyuntura  que  les  brindaba  el  desconcierto  pro­
       ducido por el asesinato de Filipo  para lanzarse  a  una  guerra  abierta,  o  para  entrar
       en  negociaciones  con  los  conjurados,’ con  Atalo  o  con  los  atenienses,  era  tan
       grande  la  preocupación  que  infundían  a  los  consejeros  de  Alejandro,  que  todos
       ellos  consideraban  más  aconsejable  tratarlos  con  benignidad,  aunque  llegasen  a
       desertar,  que  obligarlos  por  la  fuerza  a  permanecer  sometidos  y  a  respetar  los
       pactos  existentes.  Pero  Alejandro  comprendió  que  la  transigencia  y  las  medidas
       a  medias  lo  colocarían  a  la  defensiva  y  lo  expondrían  a  él  y  a  Macedonia  a  una
       humillación,  harían  que  aquellas  gentes  bárbaras  y  rapaces  se  ensoberbecieran  y
       frustrarían  tal  vez  la  proyectada  guerra  contra  los  persas,  puesto  que  no  era
       posible  dejar  las  fronteras  expuestas  a  sus  ataques  ni  se  podía  tampoco,  llegado
       el momento, prescindir de ellas como infantería ligera para la expedición contra el
       Asia.

          *  Véase  nota  3,  al  final.
   82   83   84   85   86   87   88   89   90   91   92