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dial en el consejo; y —permitidme que
descienda a la tierra— generosidad
también en el aspecto monetario; pues,
salvo excepciones, este tipo de la ac
tuación nuestra, tan vecina a la del
confesor, no debe ser jamás motivo de
remuneración.
No quiero dar, por lo tanto, conse
jos estrictos, que juzgo inútiles. No
busquéis en mí reglas inflexibles, por
que yo no puedo hablar en nombre
de ese espíritu severo, tan español, de
Doña Perfecta. Tampoco quiero rela
tar casos clínicos cuya inevitable su
gestión enturbiaría la profunda grave
dad que quisiera poner a estas pala
bras. Pero sí aseguro que el médico,
con ética severa, pero al lado de ella
—quizá, quizá por encima de ella— con
humana comprensión, puede hacer be-