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166            G. Mar anón
                           la fuente misma del dolor donde bro­
                           taron y ante los cuales suenan a vacío
                           las teorías; y los consejos fundados en
                           las teorías.

                           El deber del médi­
                           co y su interpre­
                           tación maliciosa.

                              Todo se reduce a esto. El médico
                            debe, debe advertir a los cónyuges
                            el peligro de la descendencia enfer­
                            ma o débil, destinada a morir; porque
                            como enfermedad del alma, y del alma
                            augusta de la especie, estimo yo esa
                            frase terrible que tantas veces oímos
                            los médicos en labios de una mujer in­
                            feliz, exhausta de maternidad, hablan­
                            do de los hijos que ya no se podían ali­
                            mentar: «Dios me hizo el favor de lle­
                            várselos.» El querer que esta blasfemia
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