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                              Lo que pasa es que los fariseos que
                           rasgan sus vestiduras cuando oyen de­
                           cir que los padres enfermos o de con­
                           dición mísera deben limitar su prole
                           no son capaces de sacrificar virilmente
                           su instinto; y por satisfacerlo ponen, a
                           sabiendas, en peligro la existencia de
                           una mujer; y engendran, consciente­
                           mente, un ser miserable condenado a
                           morir: ése que arrancará de los pro­
                           pios padres un suspiro de alivio «cuan­
                           do suba al cielo». Y a esto es a lo que
                           algunos moralistas llaman «victoria del
                           espíritu sobre la materia».
                              «Cásate para no quemarte», decía
                           el Apóstol; y he repetido yo tantas y
                           tantas veces; pero el Apóstol no dijo:
                           cría hijos enfermos y destroza a una
                           mujer nada más que para no quemarte.
                           Entre quemarse y ser un malhechor,
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