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G. Marañón
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                         nosa tensión, sino que se aprende que
                         en su dejo amargo está la razón pro­
                         funda de nuestra dicha: que no es más
    I                    que llegar algún día a merecer des­
                         cansar. Mas el joven no puede ver
                         otra cosa—porque está envenenado de
                         imaginación— que el ruido y el color
           ¡I             de fuera. Y el niño, menos aún.
                     I
                            Ser militar es, para el joven, desfilar
           I £ -.
           ilt            en la parada con un gran uniforme y,
                          con un solo gesto, mandar. Ser inge­
            ■oo
            loo
                          niero es recibir la gloria oficial y los
             !■
                          aplausos de la multitud en ese día so­
                          lemne — que vemos en los grabados—
                          en que se abren las esclusas del gran
             i   ____I     istmo que une dos mares. Ser médico es

                           recorrer la ciudad en un automóvil con­
                           fortable, recogiendo en cada casa, con
                           el pingüe emolumento, la gratitud del
                           ser que ha sido arrancado de la muer-
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