Page 433 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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nitrógeno, se llama “protoplasma” y no solo es la unidad estructural con la que
empiezan en la vida todos los cuerpos vivos, sino aquella de la que se componen
posteriormente. “El protoplasma —dice Huxley—, simple o con núcleo, es la base
formal de toda la vida. Es la arcilla del alfarero”».
El elemento agua de los filósofos antiguos se ha convertido en el hidrógeno de la
ciencia moderna; el aire se ha convertido en oxígeno; el fuego, en nitrógeno, y la
tierra, en carbono.
Así como la naturaleza visible está poblada por una cantidad infinita de criaturas
vivas, en el equivalente invisible y espiritual de la naturaleza visible (compuesta por
los principios tenues de los elementos visibles) viven, según Paracelso, gran cantidad
de seres peculiares, a los que ha dado el nombre de elementales y que posteriormente
se han llamado espíritus de la naturaleza. Paracelso clasificaba a aquellos seres
elementales en cuatro grupos distintos, que él llamaba gnomos, ondinas, silfos y
salamandras. Enseñaba que en realidad eran seres vivos que muchos se parecían a los
seres humanos por su forma y que habitaban sus propios mundos, desconocidos para
el hombre, porque sus sentidos, como no estaban bien desarrollados, no podían
funcionar más allá de las limitaciones de los elementos más bastos.
Las civilizaciones de Grecia, Roma, Egipto, China e India creían de forma
implícita en sátiros, duendecillos y trasgos y poblaban el mar de sirenas, los ríos y
fuentes de ninfas, el aire de hadas, el fuego de lares y penates y la tierra de faunos,
dríadas y hamadríades. A estos espíritus de la naturaleza se los tenía en altísima estima
y se les hacían ofrendas propiciatorias. De vez en cuando, como consecuencia de las
condiciones atmosféricas o de la sensibilidad peculiar de los devotos, se volvían
visibles. Muchos autores escribieron acerca de ellos en términos que demuestran que
realmente habían visto a aquellos habitantes de los reinos más perfectos de la
naturaleza. Varios expertos opinan que muchos de los dioses que los paganos
adoraban eran elementales, porque se supone que algunos de aquellos seres invisibles
tenían una estatura imponente y un porte magnífico.
Los griegos llamaban dæmon a algunos de estos elementales, sobre todo a los de
los órdenes superiores, y los adoraban. Es probable que el más famoso de aquellos
dæmons fuese el espíritu misterioso que instruyó a Sócrates y del cual el gran filósofo
hablaba en términos de lo más elevados. Los que han estudiado a fondo la
constitución invisible del hombre se dan cuenta de que es bastante probable que el
daemon de Sócrates y el ángel de Jakob Böhme en realidad no fueran elementales,
sino la propia naturaleza divina que predominaba en aquellos filósofos. En sus notas
al Apuleius on the God of Socrates, Thomas Taylor afirma lo siguiente: