Page 434 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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«Como el dæmon de Sócrates pertenecía, sin duda, al máximo orden, por lo
que se deduce de la superioridad intelectual de Sócrates con respecto a la
mayoría de los hombres, se justifica que Apuleyo llame Dios a este dæmon.
Que el dæmon de Sócrates era, efectivamente, divino, resulta evidente a partir
del testimonio del propio Sócrates en el primer Alcibíades, porque, en el
transcurso de aquel diálogo, dice con toda claridad: “Hace mucho que opino
que el Dios todavía no me ha ordenado que mantenga ninguna conversación
contigo”. Y en la Apología de Sócrates manifiesta, sin dejar lugar a dudas, que
a su dæmon le corresponde una trascendencia divina y que considera que
figura en el orden de los dæmons».
En una época se pensaba que los elementos invisibles que rodeaban la tierra y se
compenetraban con ella estaban poblados por seres vivos e inteligentes, pero la idea
puede resultar ridícula para la prosaica mente actual. Sin embargo, algunos de los
principales intelectos del mundo se han mostrado a favor de esta doctrina. Los silfos
de Facius Cardane, el filósofo milanés; la salamandra que vio Benvenuto Cellini; la
olla de san Antonio, y le petit homme rouge (el hombrecillo o gnomo rojo) de
Napoleón Bonaparte han hallado un lugar en las páginas de la historia.
La literatura también ha perpetuado el concepto de los espíritus de la naturaleza. El
travieso Puck de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare; los elementales
del poema rosacruz El bucle arrebatado, de Alexander Pope; las criaturas misteriosas
del Zanoni, de lord Lytton; la inmortal Campanilla de James Barrie, y los famosos
jugadores de bolos que Rip van Winkle encontró en las montañas Catskill son
personajes conocidos para los literatos. En el folclore y en la mitología de todos los
pueblos abundan las leyendas relacionadas con estas misteriosas figurillas que rondan
viejos castillos, vigilan tesoros en las profundidades de la tierra y construyen su hogar
bajo la vasta protección de los hongos. Las hadas son un placer para los niños, al que
la mayoría de ellos renuncia a regañadientes. No hace mucho, las principales mentes
del mundo creían en la existencia de las hadas y todavía se sigue discutiendo si Platón,
Sócrates y Jámblico estaban equivocados cuando reconocieron su realidad.
Para describir las sustancias que constituyen el cuerpo de los elementales,
Paracelso dividía la carne en dos tipos: por un lado, la que todos hemos heredado de
Adán, que es la carne visible y corpórea, y, por el otro, la que no desciende de Adán y
que, al estar más atenuada, no estaba sujeta a las limitaciones de aquella. El cuerpo de
los elementales estaba compuesto de esta carne transustancial. Paracelso afirmaba que