Page 346 - Dune
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motivado por la necesidad de guiar constantemente los suspensores que soportaban su
enorme cuerpo. Sus mejillas temblequeaban, y los suspensores se movían
cadenciosamente bajo sus ropas color naranja. Los anillos brillaban en sus dedos, y
los opafuegos llenaban de iridiscencias su atuendo.
A su lado avanzaba Feyd-Rautha. Sus oscuros cabellos estaban peinados en
apretados bucles que parecían incongruentemente alegres en contraste con sus tristes
ojos. Llevaba una entallada túnica negra y pantalones ajustados ligeramente abiertos
al final. Blandas pantuflas calzaban sus pequeños pies.
Dama Fenring, notando el porte del joven y la firmeza de los músculos bajo su
túnica, pensó: He aquí alguien que no se dejará engordar.
El Barón se detuvo frente a ellos, sujetó a Feyd-Rautha con un gesto posesivo y
dijo:
—Mi sobrino, el na-Barón, Feyd-Rautha Harkonnen —y, volviendo su rostro de
bebé gordo hacia Feyd-Rautha—: El Conde y Dama Fenring, de los que ya te he
hablado.
Feyd-Rautha inclinó su cabeza con la requerida cortesía. Miró a Dama Fenring.
Su exquisita figura estaba enfundada en un sencillo vestido ondeante de lino, sin
ningún adorno. Sus cabellos eran sedosos y dorados. Sus ojos gris verde le
devolvieron la mirada. Tenía la serena calma de las Bene Gesserit, y esto turbó
profundamente al joven.
—Hummm… ahmmm… —dijo el Conde. Estudió a Feyd-Rautha—. ¿El,
hummm, meticuloso joven, ha, hummm… querida? —el Conde miró al Barón—. Mi
querido Barón, ¿decís que habéis hablado de nosotros a ese meticuloso joven? ¿Qué
le habéis dicho?
—He hablado a mi sobrino de la gran estima en que os tiene el Emperador, Conde
Fenring —dijo el Barón. Y pensó: ¡Obsérvalo bien, Feyd! Es un asesino con los
modales de un conejo… el tipo más peligroso de hombre.
—¡Por supuesto! —dijo el Conde, y sonrió a su Dama.
Feyd-Rautha consideró casi insultantes las acciones y las palabras de aquel
hombre. Se detenían justo en el umbral de la afrenta directa. El joven concentró su
atención en el Conde: un hombre delgado, de aspecto frágil. Tenía rostro de
comadreja, con ojos oscuros demasiado grandes. Sus sienes eran grises. Y sus
movimientos… movía una mano o volvía la cabeza hacia un lado y hablaba hacia el
otro. Era difícil seguirle.
—Hummm… ahmmm… raramente se encuentra… uhhh… una tan precisa
cualidad —dijo el Conde, dirigiéndose al hombro del Barón—. Yo… ah… os felicito
por la… hummm… perfección de vuestro… ahhh… heredero. Lleva en sí…
hummm… la experiencia de sus mayores, por decirlo de algún modo.
—Sois demasiado gentil —dijo el Barón. Se inclinó, pero Feyd-Rautha notó que
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