Page 351 - Dune
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—¡Oh, Dios, no! Era el falso doctor. —El Barón se secó la transpiración de su
           cuello—.  Debéis  comprenderlo,  Fenring.  Yo  no  tenía  Mentat.  Sabéis  esto.  Nunca
           había estado sin Mentat. Me hallaba desorientado.

               —¿Cómo conseguisteis que Hawat cambiara de alianza?
               —Su Duque estaba muerto —el Barón forzó una sonrisa—. No hay que temer
           nada de Hawat, mi querido Conde. La carne del Mentat ha sido impregnada con un

           veneno residual. Le administramos constantemente un antídoto en su alimentación.
           Sin antídoto, el veneno actuará… y morirá en pocos días.
               —Retiradle el antídoto —dijo el Conde.

               —¡Pero me es útil!
               —Sabe demasiadas cosas que ningún hombre vivo debería saber.
               —Habéis dicho que el Emperador no temía ninguna declaración.

               —¡No juguéis conmigo, Barón!
               —Cuando vea esa orden con el sello Imperial, obedeceré —dijo el Barón—. Pero

           no pienso someterme a vuestro capricho.
               —¿Pensáis que esto es un capricho?
               —¿Qué  otra  cosa  puede  ser?  Incluso  el  Emperador  tiene  obligaciones  para
           conmigo, Fenring. Le he librado de ese molesto Duque.

               —Con la ayuda de algunos Sardaukar.
               —¿Qué otra Casa hubiera encontrado el Emperador para que le proporcionara los

           uniformes necesarios para ocultar su participación en este asunto?
               —Él se ha planteado la misma pregunta, Barón, pero de un modo ligeramente
           distinto.
               El Barón estudió a Fenring, notando la tensión de los músculos de su mandíbula,

           el perfecto control.
               —Ahhh,  ya  —dijo  el  Barón—.  Espero  que  el  Emperador  no  creerá  poder

           atacarme a mí conservando el secreto absoluto de ello.
               —Espera que no sea necesario.
               —¡El  Emperador  no  puede  creer  que  le  estoy  amenazando!  —El  Barón  se
           permitió que la cólera y la amargura asomaran a su voz, pensando: ¡Dejemos que se

           equivoque en esto! ¡Podría subir yo mismo al trono sin dejar ni un solo instante de
           protestar de mi inocencia!

               —El Emperador cree lo que le dictan sus sentidos —la voz del Conde le llegó
           seca y remota.
               —¿Se  atrevería  el  Emperador  a  acusarme  de  traición  ante  todo  el  Consejo  del

           Landsraad? —y el Barón contuvo el aliento, esperando que fuera así.
               —El Emperador no necesita atreverse a nada.
               El Barón se volvió bruscamente, flotando en sus suspensores, para esconder su

           expresión. ¡Podría ocurrir mientras yo aún viva!, pensó. ¡Emperador! ¡Dejemos que




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