Page 353 - Dune
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Fenring —dijo.
               —Yo… ahhh… he de reconocer que me siento… hummm… lleno… ahhh… de
           un sentido de anticipación, sí —dijo el Conde—. En un… ahhh… proceso verbal,

           uno…  hummm…  ahhh…  debe  siempre  tener  en  cuenta…  ahhh…  el  papel  de  los
           orígenes.
               El Barón tropezó en el primer peldaño, consiguiendo disimular a duras penas la

           sorpresa. ¡Proceso verbal! ¡El informe de un crimen contra el Imperio!
               Pero el Conde se echó a reír, como si se tratara de una broma, palmeando el brazo
           del Barón.

               A lo largo del camino hacia la arena, sin embargo, el Barón permaneció hundido
           en los blandos cojines de su vehículo blindado, sin dejar de mirar furtivamente al
           Conde sentado a su lado, preguntándose por qué aquel recadero del Emperador había

           creído necesario hacer aquel chiste en particular delante de las Casas Menores. Era
           obvio que Fenring raramente hacía algo inútil, como tampoco empleaba nunca dos

           palabras cuando con una era suficiente, ni se contentaba con dar un solo sentido a
           cada frase.
               Tuvo la respuesta sólo cuando hubieron ocupado sus lugares en el palco dorado
           sobre la triangular arena, entre los estandartes y las tribunas y las gradas llenas de

           gente.
               —Mi querido Barón —dijo el Conde, inclinándose hacia él para hablarle al oído

           —, sabréis ya que el Emperador aún no ha sancionado oficialmente la elección de
           vuestro heredero.
               El Barón tuvo la impresión de que se hundía bruscamente en un cono de silencio
           producido por el shock. Miró a Fenring, apenas viendo a su Dama que se acercaba

           atravesando el cordón de guardias para ocupar su lugar en el palco dorado.
               —Esta  es  la  verdadera  razón  por  la  que  estoy  aquí  —dijo  el  Conde—.  El

           Emperador quiere que le informe acerca de si habéis escogido a un sucesor válido. Y
           no  hay  nada  como  la  arena  para  exponer  a  la  verdadera  persona  que  hay  tras  la
           máscara, ¿no?
               —¡El Emperador me prometió libertad absoluta para elegir mi heredero! —gruñó

           el Barón.
               —Veremos  —dijo  Fenring,  y  se  volvió  para  recibir  a  su  Dama.  Ella  se  sentó,

           sonrió al Barón, y luego dirigió su atención a la arena, donde Feyd-Rautha acababa
           de aparecer, con malla adherente y protector, un guante negro y un cuchillo largo en
           su mano derecha, un guante blanco y un cuchillo corto en la izquierda.

               —Blanco  para  el  veneno,  negro  para  la  pureza  —dijo  Dama  Fenring—.  Una
           curiosa costumbre, ¿no es así, mi amor?
               —Hummm… —dijo el Conde.

               Se alzaron aclamaciones de las tribunas familiares, y Feyd-Rautha se detuvo para




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