Page 355 - Dune
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El gladiador especial.
El plan escogido por Thufir Hawat era admirable: simple y directo, pensó Feyd-
Rautha. El esclavo no estaría drogado… y este era el peligro. Pero una palabra clave
había sido impresa en el inconsciente del hombre, para bloquearlo en el instante
crucial. Feyd-Rautha repitió varias veces la palabra vital en su mente, murmurándola
en silencio: «¡Canalla!». A los ojos de los espectadores, todo ocurriría como si
alguien hubiera conseguido introducir en la arena un esclavo no drogado para matar
al na-Barón. Y las pruebas cuidadosamente preparadas señalarían como único
culpable al maestro de esclavos.
Un sordo ronroneo se elevó de los servomotores de la gran puerta roja, que
comenzó a abrirse.
Feyd-Rautha concentró toda su atención en la puerta. El primer momento era el
más crítico. En el preciso instante en que aparecía el gladiador, un ojo adiestrado
podía captar todo lo que necesitaba saber. Se suponía que todos los gladiadores se
hallaban bajo la influencia de la elacca, prestos para morir en el combate… pero
había que observar la forma en que blandían el cuchillo y montaban su guardia para
saber si eran conscientes o no de la multitud. Una simple inclinación de su cabeza
podía proporcionar un importante indicio para una finta o un contraataque.
La puerta roja se abrió sonoramente.
Un hombre surgió de ella a paso de carga, alto y musculoso, con el cráneo
afeitado y los ojos parecidos a oscuros pozos. Su piel era del color rojo zanahoria que
confería la elacca, pero Feyd-Rautha sabia que estaba pintada. El esclavo llevaba
unas mallas verdes y el cinturón rojo de un semiescudo: la flecha del cinturón estaba
inclinada hacia la izquierda, indicando que sólo el lado izquierdo del esclavo estaba
protegido por el escudo. Empuñaba su cuchillo como si fuera una espada, ligeramente
apuntado hacia adelante, como un combatiente experimentado. Avanzó lentamente
por la arena, presentando su lado protegido por el escudo a Feyd-Rautha y al grupo
reunido junto a la puerta de prudencia.
—No me gusta su aspecto —dijo uno de los picadores de Feyd-Rautha—. ¿Estáis
seguro de que está drogado, mi Señor?
—Tiene el color —dijo Feyd-Rautha.
—Pero está en posición de combate —dijo otro ayudante.
Feyd-Rautha avanzó un par de pasos en la arena, estudiando a su esclavo.
—¿Qué se ha hecho en el brazo? —dijo uno de los distractores. Feyd-Rautha
miró atentamente la sangrienta marca en el antebrazo izquierdo del hombre y luego
siguió la dirección de la mano que le señalaba un dibujo que el hombre se había
trazado con sangre en el lado izquierdo de sus mallas verdes: el perfil estilizado,
todavía húmedo, de un halcón.
¡Un halcón!
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