Page 356 - Dune
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Feyd-Rautha  miró  directamente  a  sus  tenebrosos  ojos,  captando  un  brillo  de
           excitación.
               ¡Es uno de los soldados del Duque Leto que capturamos en Arrakis!, pensó. ¡No

           es un simple gladiador! Se estremeció de pies a cabeza, preguntándose angustiado si
           Hawat no tendría en realidad otro plan para la arena… un truco dentro de otro truco.
           ¡Y aunque fuera así, sólo el maestro de esclavos aparecería como único culpable!

               El jefe de manipuladores de Feyd-Rautha se inclinó a su oído.
               —No me gusta el aspecto de ese hombre, mi Señor —dijo—. Dejad que le plante
           una o dos picas en el brazo que sostiene el cuchillo para asegurarnos.

               —Plantaré yo mismo las picas —dijo Feyd-Rautha. Tomó un par de largas astas
           rematadas  en  garfios  y  las  levantó,  sopesándolas,  comprobando  su  equilibrio.
           Aquellas  picas  estaban  supuestamente  drogadas…  pero  no  en  aquella  ocasión,  y

           aquello podía costar la vida al jefe de manipuladores. Pero todo formaba parte del
           plan.

               «Saldréis de este duelo como un héroe», le había dicho Hawat. «Habréis muerto
           a vuestro gladiador en un combate de hombre a hombre, a pesar de la traición. El
           maestro de esclavos será ejecutado, y vuestro hombre tomará su lugar».
               Feyd-Rautha  avanzó  otros  cinco  pasos  en  la  arena,  representando  el  momento,

           estudiando al esclavo. Sabía que los expertos en las tribunas sobre la arena habían
           visto ya que algo no iba bien. El gladiador tenía la piel del color correcto para un

           drogado, pero permanecía inmóvil y no temblaba. Los aficionados habrían susurrado
           ya  entre  ellos  «¿Veis  como  está  en  guardia?  Tendría  que  agitarse…  atacar  o  huir.
           ¿Veis cómo conserva sus fuerzas, cómo espera? No debería esperar».
               Feyd-Rautha  sintió  crecer  su  propia  excitación.  Puede  que  haya  traición  en  la

           mente de Hawat, pensó. Pero pese a todo puedo vencer a este esclavo. Y es en mi
           cuchillo  largo  donde  se  encuentra  el  veneno  en  esta  ocasión,  no  en  el  corto.  Ni

           siquiera Hawat sabe esto.
               —¡Hai, Harkonnen! —gritó el esclavo—. ¿Estás preparado para morir?
               Un silencio mortal se apoderó de la arena. ¡Los esclavos nunca lanzan su desafío!
               Ahora, Feyd-Rautha podía ver claramente los ojos del gladiador, la fría ferocidad

           de la desesperación que se albergaba en ellos.
               Notó  el  modo  como  el  hombre  permanecía  de  pie,  relajado  y  atento,  con  los

           músculos preparados para la victoria. El correo secreto de los esclavos había pasado
           el mensaje de Hawat de uno en uno hasta alcanzar su destino: «Tendrás una auténtica
           posibilidad de matar al na-Barón». Hasta ahora, el plan funcionaba a la perfección.

               Una furtiva sonrisa cruzó la boca de Feyd-Rautha. Alzó las picas, viendo el éxito
           de sus planes en la forma en que el gladiador permanecía de pie.
               —¡Hai! ¡Hai! —desafió el esclavo, y dio dos pasos hacia adelante.

               Ahora ya nadie del público puede equivocarse, pensó Feyd-Rautha.




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