Page 357 - Dune
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Su esclavo tenía que haber estado casi paralizado por el terror inducido por la
           droga. Cada uno de sus movimientos tenía que haber revelado su convicción de que
           no había ninguna vía de salvación para él… que de ninguna manera podía vencer. Su

           cerebro tenía que haberse contorsionado por el recuerdo de las historias acerca de los
           venenos que el na-Barón escogía para el puñal del guante blanco. El na-Barón no
           concedía nunca una muerte rápida; se deleitaba exhibiendo extraños venenos, podía

           permanecer en la arena explicando los más interesantes efectos colaterales sobre las
           victimas que se contorsionaban a su lado. Había miedo en el esclavo, sí… pero no
           terror.

               Feyd-Rautha  levantó  muy  alto  las  picas  e  inclinó  la  cabeza,  casi  como  en  una
           invitación.
               El gladiador atacó.

               Sus fintas y sus paradas eran las mejores que Feyd-Rautha había visto en su vida.
           Un golpe lateral estuvo a punto, por fracciones de segundo, de cortar los tendones de

           la pierna izquierda del na-Barón.
               Feyd-Rautha saltó hacia atrás, dejando una pica clavada en el brazo derecho del
           esclavo, con los garfios completamente hundidos en la carne, de modo que el hombre
           no podía arrancarlos sin seccionarse los tendones.

               Un concierto de sofocados gritos se alzó de los graderíos.
               Feyd-Rautha se sintió invadido por la exaltación.

               Sabía lo que estaba experimentando su tío en aquel instante, sentado allá con los
           Fenring, los observadores de la Corte Imperial, a su lado. No podía haber ninguna
           interferencia en aquel combate. Las formas debían ser conservadas ante tales testigos.
           Y el Barón sólo podía interpretar de un modo los acontecimientos de la arena: una

           amenaza contra su persona.
               El esclavo retrocedió, manteniendo el cuchillo entre sus dientes y sujetándose la

           pica a lo largo de su brazo con ayuda de la banderola.
               —¡No siento tu aguja! —gritó. Empuñó de nuevo el cuchillo y avanzó, el arma
           levantada,  ofreciendo  su  lado  izquierdo,  el  cuerpo  doblado  hacia  atrás  para
           aprovechar al máximo la protección del semiescudo.

               Esta acción tampoco escapó a las gradas. Se alzaron agudos gritos de las tribunas
           familiares.  Los  manipuladores  de  Feyd-Rautha  le  llamaron,  preguntándole  si

           necesitaba su ayuda.
               Les intimó bruscamente a que retrocedieran hacia la puerta de prudencia.
               Voy a darles un espectáculo que nunca antes habrán visto, pensó Feyd-Rautha.

           Nada  de  una  matanza  bien  organizada  cuyo  estilo  puedan  admirar  sentados
           tranquilamente en sus sillones. Será algo que va a agarrar sus tripas y retorcérselas.
           Cuando sea Barón todos recordarán este día, y a causa de él tendrán miedo de mí.

               Feyd-Rautha  retrocedió  lentamente,  mientras  el  gladiador  avanzaba  agazapado




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