Page 361 - Dune
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como un adolescente.
               —Aprecian lo que ha hecho vuestro sobrino —dijo ella.
               El  Barón  miró,  y  vio  que,  en  efecto,  los  espectadores  habían  interpretado

           correctamente el gesto de Feyd-Rautha, y contemplaban fascinados cómo el cuerpo
           intacto  del  gladiador  era  transportado  fuera  de  la  arena.  La  gente  se  excitaba,
           gritando, pateando y dándose golpes unos a otros en los hombros.

               El Barón dijo en tono desolado:
               —Tendré que ordenar una fiesta. Uno no puede enviar a la gente a sus casas así,
           sin  que  hayan  gastado  todas  sus  energías.  Es  necesario  que  vean  que  yo  también

           participo en su excitación. —Hizo un gesto a su guardia, y un servidor extendió sobre
           ellos el estandarte naranja de los Harkonnen, agitándolo por encima del palco: una,
           dos, tres veces… la señal de la fiesta.

               Feyd-Rautha atravesó la arena y se detuvo bajo el palco dorado, con sus armas de
           nuevo en sus fundas, los brazos colgando a sus costados.

               —¿Una fiesta, tío? —preguntó por encima del rumor de la gente.
               El  ruido  de  innumerables  voces  descendió  a  medida  que  los  demás  veían  la
           conversación y escuchaban lo que se decía.
               —¡En  tu  honor,  Feyd!  —gritó  el  Barón  muy  alto.  Hizo  bajar  otra  vez  el

           estandarte, en otra señal.
               Al  otro  lado  de  la  arena,  las  barreras  de  prudencia  habían  sido  bajadas,  y

           numerosos jóvenes estaban saltando a la arena, en dirección a Feyd-Rautha.
               —¿Habéis  ordenado  bajar  los  escudos  de  prudencia,  Barón?  —preguntó  el
           Conde.
               —Nadie hará ningún daño al muchacho —dijo el Barón—. Es un héroe.

               Los primeros jóvenes alcanzaron a Feyd-Rautha, lo levantaron sobre sus hombros
           y lo llevaron en triunfo alrededor de la arena.

               —Esta noche podría pasear desarmado y sin escudo a través de los barrios más
           pobres  de  Harko  —dijo  el  Barón—.  Le  ofrecerían  hasta  el  último  pedazo  de  su
           comida y el último sorbo de su vino por el honor de su compañía.
               El  Barón  se  levantó  trabajosamente  de  su  silla,  y  ancló  su  peso  en  los

           suspensores.
               —Confío  en  que  me  disculparéis.  Hay  algunos  asuntos  que  requieren  mi

           inmediata atención. Los guardias os escoltarán hasta el castillo.
               El Conde se levantó a su vez e hizo una inclinación.
               —Ciertamente,  Barón.  Participaremos  de  buen  grado  en  la  fiesta.  Nunca…

           ahhh… hummm… hemos visto una fiesta Harkonnen.
               —Si —dijo el Barón—. La fiesta —se volvió, y salió del palco rodeado por sus
           guardias.

               Un capitán de la guardia se inclinó ante el Conde Fenring.




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