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                                  En un «Tiempo de Reflexión», Muad’Dib nos dice que su verdadera educación se inició
                                  con sus primeros tropiezos con las necesidades arrakenas. Aprendió entonces a empalar
                                  la arena para conocer el tiempo, aprendió el lenguaje del viento que clavaba mil afiladas
                                  agujas en su piel, aprendió que la nariz podía escocer con la picazón de la arena, y
                                  cómo mejorar la recolección y conservación de la humedad de su cuerpo. Así, mientras
                                  sus ojos asumían el azul del Ibad, aprendió la enseñanza chakobsa.

                                                  Prefacio de Stilgar a Muad’Dib, el hombre, por la PRINCESA IRULAN



           El grupo de Stilgar regresó al sietch con sus dos escapados del desierto, abandonando
           la  depresión  bajo  la  pálida  claridad  de  la  primera  luna.  Las  embozadas  figuras  se

           apresuraron,  con  el  olor  del  hogar  en  sus  pituitarias.  La  línea  gris  del  alba,  a  sus
           espaldas,  era  más  brillante,  lo  cual  en  su  calendario  del  horizonte  significaba  que

           estaban a mediados de otoño, el mes de Caprock.
               Al  pie  de  la  muralla  rocosa,  las  hojas  amontonadas  por  los  niños  del  sietch
           revoloteaban  en  el  viento,  pero  los  sonidos  del  paso  del  grupo  (excepto  alguna

           ocasional  distracción  de  Paul  o  de  su  madre)  no  se  distinguían  de  los  rumores
           casuales de la noche.
               Paul se pasó la mano por la fina película de sudor y polvo que se había encostrado

           en su frente, sintió un contacto en su brazo y oyó la voz silbante de Chani:
               —Haz como te he dicho: cálate la capucha hasta tu frente. Deja expuestos tan
           sólo tus ojos. Estás desperdiciando humedad.

               Una orden susurrada pidió silencio a sus espaldas:
               —¡El desierto os oye!
               Un pájaro gorjeó entre las rocas, muy arriba frente a ellos.

               El grupo se detuvo, y Paul notó una repentina tensión.
               Hubo un sordo golpe entre las rocas, un sonido no más intenso del que hubiera
           producido un ratón saltando en la arena.

               El pájaro gorjeó de nuevo.
               Un estremecimiento recorrió las filas del grupo. El ratón-canguro saltó de nuevo
           en la arena.

               El pájaro gorjeó por tercera vez.
               El grupo reanudó su ascensión por el interior de la hendidura entre las rocas, pero
           había ahora un silencio extraño en el modo de respirar de los Fremen que puso a Paul

           en estado de alerta, y notó que las numerosas miradas directas que dirigía a Chani no
           recibían respuesta, como si ella se aislara, se cerrara en sí misma.
               Ahora  había  roca  bajo  sus  pies,  un  rumor  débil  de  roce  de  ropas  grises  a  su

           alrededor,  y  Paul  sintió  una  relajación  de  la  disciplina,  pero  Chani  y  los  demás
           seguían  extrañamente  aislados,  remotos.  Siguió  a  una  sombra  imprecisa  de  perfil




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