Page 365 - Dune
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humano: peldaños, un giro, más peldaños, un túnel, a través de dos puertas selladoras
           de  humedad,  y  por  fin  un  estrecho  pasadizo  iluminado  por  un  globo,  entre  dos
           paredes y un techo de roca amarillenta.

               A su alrededor, Paul vio a los Fremen echar hacia atrás sus capuchas, quitarse los
           tampones  y  respirar  profundamente.  Alguien  suspiró.  Paul  buscó  a  Chani,  pero
           descubrió que ya no estaba a su lado. Estaba circundado por numerosos cuerpos aún

           embozados  que  le  empujaban  para  uno  y  otro  lado.  Alguien  le  golpeó
           accidentalmente con un codo.
               —Perdona, Usul —le dijo—. ¡Vaya carrera! Siempre es así. A su izquierda, el

           rostro  delgado  y  barbudo  del  hombre  llamado  Farok  estaba  vuelto  hacia  él.  Sus
           órbitas manchadas y sus ojos azules parecían aún más tenebrosos a la luz amarilla de
           los globos.

               —Quítate la capucha, Usul —le dijo Farok—. Estás en casa —y ayudó a Paul,
           soltándole  la  capucha  mientras  con  los  hombros  le  hacía  un  poco  de  sitio  a  su

           alrededor.
               Paul se quitó los tampones de la nariz, liberando después su boca. El acre olor del
           lugar le asaltó: cuerpos no lavados, exhalaciones destiladas de residuos reciclados,
           por todas partes los efluvios de una humanidad, con la turbulencia de la especia y sus

           armónicos dominándolo todo.
               —¿Qué es lo que estamos esperando, Farok? —preguntó Paul.

               —A la Reverenda Madre, creo. ¿No has oído el mensaje?… Pobre Chani.
               ¿Pobre  Chani?,  se  preguntó  Paul.  Miró  a  su  alrededor,  preguntándose  dónde
           estaría, y dónde estaría su madre en aquella multitud.
               Farok inspiró profundamente.

               —El aroma del hogar —dijo.
               Paul  observó  que  el  hombre  gozaba  realmente  de  la  fetidez  del  aire,  no  había

           ironía en su voz. Oyó toser a su madre, y luego le llegó su voz a través de los cuerpos
           apelotonados:
               —Qué intensos son los olores de tu sietch, Stilgar. Veo que hacéis muchas cosas
           con la especia… papel… plásticos… ¿y eso no son explosivos químicos?

               —¿Sabes reconocer todo esto por el olor? —era otra voz de hombre.
               Y Paul comprendió que su madre estaba hablando para él, intentaba conseguir

           que aceptara rápidamente aquella avalancha en su pituitaria.
               Hubo un rumor de actividad a la cabeza del grupo, una inspiración profunda y
           prolongada que pareció recorrer a los Fremen, y luego Paul oyó voces sofocadas a lo

           largo de la hilera.
               —Entonces, es cierto… Liet ha muerto.
               Liet, pensó Paul. Y luego: Chani, hija de Liet. Las piezas parecieron encajar en su

           mente. Liet era el nombre Fremen del planetólogo.




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