Page 97 - Alejandro Casona
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ISABEL.
                  Más que la mía propia.

                  OTRO.
                  Entonces ¿para qué perder tiempo? Podemos plantear las cosas como
                  a mí me gusta; como un negocio redondo. Doscientos mil pesos vale
                  la vida de la abuela. Barato ¿no?

                  ISABEL.
                  ¡Canalla...!  (Avanza con la mano crispada. Se abre la puerta de
                  izquierda y aparece la Abuela.)



                                              El OTRO, ISABEL, la ABUELA

                  ABUELA.
                  ¿Qué pasa aquí, Isabel?

                  ISABEL.—(Corriendo a ella.)
                  ¡Abuela...!

                  ABUELA.
                  Si no me equivoco, el señor es  el mismo que estuvo aquí anoche.
                  (Avanza unos pasos.) ¿Busca a alguien en esta casa?

                  ISABEL.
                  A nadie. Sólo venía a despedirse.  (Suplicante.)  ¿Verdad que se iba
                  ya, señor?

                  OTRO.
                  No he hecho un viaje tan largo para volverme con las manos vacías.

                  ISABEL.
                  ¡Mentira! ¡No le escuche, abuela, no le escuche!

                  ABUELA.
                  ¿Pero estás loca? ¿Qué manera es ésta de recibir a nadie? Discúlpela;
                  está un poco nerviosa. Déjanos;  parece que el señor tiene algo
                  importante que decirme.

                  ISABEL.
                  ¡Él no! ¡Se lo diré yo después, solas las dos!

                  ABUELA.—(Enérgica.)
                  ¡Basta, Isabel! Sal al jardín y no vuelvas con ninguna disculpa hasta
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