Page 94 - Alejandro Casona
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convirtió en una casa verdadera. Cuando decía "abuela" no era una
palabra recitada, era un grito que le venía de dentro y desde lejos.
Hasta cuando el falso marido la besaba le temblaban las gracias en
los pulsos. Siete días duró el sueño, y aquí tienes el resultado: ahora
ya sé que mi soledad va a ser más difícil, y mis geranios más pobres
y mi frío más frío. Pero son mi única verdad, y no quiero volver a
soñar nunca por no tener que despertar otra vez. Perdóname si te
parezco injusta.
MAURICIO.
Solamente en una parte. ¿Por qué te empeñas en pensar que esa
historia es la tuya sola? ¿No puede ser la de los dos?
ISABEL.
¿Qué quieres decir?
MAURICIO.
Que también yo he necesitado esta casa para descubrir mi verdad.
Ayer no había aprendido aún de qué color son tus ojos. ¿Quieres que
te diga ahora cómo son a cada hora del día, y cómo cambian de luz
cuando abres la ventana y cuando miras al fuego, y cuando yo llego y
cuando yo me voy?
ISABEL.
¡Mauricio!
MAURICIO.
Siete noches te he sentido dormir a través de mi puerta. No eras mía,
pero me gustaba oírte respirar bajo el mismo techo. Tu aliento se me
fue haciendo costumbre, y ahora lo único que sé es que ya no podría
vivir sin él; lo necesito junto a mí y para siempre, contra mi propia
almohada. En tu casa o en la mía ¡qué importa! cualquiera de las dos
puede ser la nuestra. Elige tú.
ISABEL.
¡Mauricio...! (Se echa en sus brazos.)
MAURICIO.
¡Marta-Isabel! ¡Mi verdad! (La besa largamente. Se oye la campanilla
del vestíbulo. Se miran en sobresalto, abrazados. La campanilla
vuelve a sonar impaciente.) Ahí está. (Va a salir a su encuentro. Ella
lo detiene.)
ISABEL.
¡Tú no! ¡Déjame sola con él!
MAURICIO.