Page 91 - Alejandro Casona
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ISABEL.
Siete vestidos pueden ser toda una vida: el claro de la primera
mañana, el de regar las hortensias, el azul de tirar piedras al río, el
de aquella noche que se quemó el mantel de fiesta con un cigarrillo.
Ahora, ahí apretados, ya no hay fiesta ni hortensias ni río. Sí,
Genoveva, hacer un equipaje es como enterrar algo.
GENOVEVA.
Lo malo no es para los que se van. Ustedes vuelven a lo suyo, con
toda la vida por delante. Pero la señora...
ISABEL.
¿Habló con ella?
GENOVEVA.
Ni yo ni nadie; ahí sigue encerrada en su cuarto sin mover una mano
ni despegar los labios.
ISABEL.
¿Pero por qué ese silencio como una protesta? Ya sabía que tarde o
temprano tenía que llegar este momento. ¿Es mía la culpa?
GENOVEVA.
La culpa es del tiempo, que siempre anda a contramano. Recuerdo,
cuando el barco iba llegando, que cada minuto parecía un siglo en
esta casa. "¡El lunes, Genoveva, el lunes!" Y aquel lunes no llegaba
nunca. En cambio ahora ¿cuándo pasó aquel día y el siguiente y los
otros? Mi madre lo decía: hay un reloj de esperar y otro de
despedirse; el de esperar siempre atrasa. (Se le resbalan de entre las
manos unos pañuelos.) Disculpe; no sé dónde tengo las manos.
ISABEL.
Al contrario. Gracias, Genoveva.
GENOVEVA.
¿Gracias por qué?
ISABEL.
Por nada; son cosas mías. (Llega Mauricio de la calle, preocupado.)
GENOVEVA.
Volveré a lavarlos. Todavía pueden secar. (Sale hacia la cocina.
Isabel se dirige impaciente a Mauricio.)
ISABEL y MAURICIO