Page 87 - Alejandro Casona
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BALBOA.
¡La casa! ¿Vender esta casa?
OTRO.
Para dos viejos solos es demasiado grande.
BALBOA.
¿Serías capaz de dejarnos en la calle?
OTRO.—(Rencoroso.)
¿No me dejaste tú a mí hace veinte años? Todavía recuerdo aquel
portazo, y a veces todavía me arden tus dedos aquí. Fue la primera y
la última vez que alguien se atrevió a ponerme la mano en la cara.
BALBOA.
Eso es lo que te trajo, ¿verdad? ¡Qué bien te comprendo ahora! No es
sólo el dinero; es toda esa resaca turbia de la venganza y el
resentimiento.
OTRO.
Sería cosa de discutirlo, pero no tengo tiempo. Necesito esa cantidad
mañana mismo. ¿Hecho?
BALBOA.
¡Ni mañana ni nunca!
OTRO.
Piénsalo despacio, abuelo. Por mí ya sé que no te importaría. Pero tú
tienes un nombre intachable. ¿Te gustaría verlo en letras de
escándalo en los periódicos y en las fichas policiales?
BALBOA.
No puedo. Aunque quisiera te juro que no puedo.
OTRO.
De ti no me extraña; siempre te costó trabajo abrir la caja de hierro.
Pero hay alguien que no me dejará morir estúpidamente junto a un
farol pudiendo salvarme. ¿Dónde está la abuela?
BALBOA.
¡No! ¡La abuela, no! Pediré a mis amigos, reuniré lo que pueda.
Llévate los valores, las alhajas...
OTRO.
No he venido a pedir limosna. Vengo a buscar lo mío, y tú sabes muy
bien que la abuela no sería capaz de negármelo. ¿Por qué no quieres