Page 83 - Alejandro Casona
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MAURICIO.
Aceituna oscuro.
ISABEL.
¿De qué color son los ojos de las sirenas?
MAURICIO.
Verde mar.
ISABEL.
¿De qué color son los míos?
MAURICIO.
¿Los tuyos?... (Duda. Se acerca a mirar. Ella entorna los párpados.
Sonríe desconcertado.) No lo tomes a mal. Parecerá una desatención
pero te juro que en este momento tampoco sabría decirte cómo son
los míos.
ISABEL.
Pardos, tirando a avellana. Con una chispita de oro cuando te ríes.
Con una niebla gris cuando hablas y estás pensando en otra cosa.
MAURICIO.
Perdona.
ISABEL.
De nada. (Sonríe dominándose.) Y si mañana, al hacer los baúles, se
me resbala algo entre las manos "así como sin querer" pierde cuidado
que no será la emoción; sólo será porque he tenido un buen maestro.
Gracias, Mauricio. (Sale al jardín. Ha ido oscureciendo. Fuera, las
sombras largas de la tarde. Mauricio enciende pensativo un cigarrillo.
Se oye la campanilla de la calle, y a poco la doncella cruza a abrir. El
señor Balboa viene de sus habitaciones, con un libro en la mano.)
MAURICIO, FELISA, BALBOA
BALBOA.
Si son los diarios, páselos a mi despacho sin abrir.
FELISA.
Bien, señor. (Sale al vestíbulo.)
BALBOA.
¿No era éste el libro que andabas buscando? "Los últimos
descubrimientos de la arqueología."