Page 79 - Alejandro Casona
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palabras, son las cosas, es la vida misma. Cuando yo era niña mi
                  madre me decía "querida"; era una palabra. Cuando iba a la escuela
                  la maestra me decía "querida"; era otra palabra. Pero la primera vez
                  que Mauricio, sin voz casi, me dijo "¡querida!", aquello ya no era una
                  palabra: era una cosa viva que se abrazaba a las entrañas y hacía
                  temblar las rodillas. Era como si  fuera el primer día del mundo y
                  nunca se hubiera querido nadie antes que nosotros. Por la noche no
                  podía dormir. "¡Querida, querida,  querida!..." Allí estaba la palabra
                  viva rebotándome en los oídos, en la almohada, en la sangre. ¡Qué
                  importa ahora que Mauricio no me mire si él me llena los ojos! ¡Qué
                  importa que el ramo de rosas siga  diciendo "mañana" si él me dio
                  fuerzas para esperarlo todo! Si no hace falta que nos quieran... ¡si
                  basta querer para ser feliz, abuela, feliz, feliz!... (Ha ido exaltándose
                  con sus propias palabras hasta terminar llorando en el regazo.)

                  ABUELA.
                  Basta, criatura, basta. La verdad es que no sabe una a qué carta
                  quedarse. Hace un momento tenía la preocupación de que no le
                  querías bastante y ahora casi me da miedo verte quererle tanto. Pero
                  de esto ni una palabra a él, ¿lo oyes? Aprovecha ahora que eres
                  joven para subirte al carro; y que tire él un poquito, que para eso es
                  hombre. (Vuelve Mauricio. Isabel se levanta.)



                                              ABUELA,  ISABEL, MAURICIO

                  MAURICIO.
                  ¿Confidencias de suegra y nuera? Malo para el marido.

                  ABUELA.
                  ¿Por qué supones que estábamos hablando de ti? ¿No hay otras cosas
                  de qué hablar en el mundo?

                  MAURICIO.
                  Desde luego, y mucho más importantes. ¿Puedo saber cuáles?

                  ISABEL.
                  No vale la pena; cosas de mujeres.

                  MAURICIO.
                  Me lo imaginé. Hablando de trapos; seguro.

                  ABUELA.
                  Seguro. Dios te conserve el  olfato, hijo. A los hombres tan
                  inteligentes como tú no les vendría mal de vez en cuando bajar de las
                  nubes... (Mirando a Isabel.) y darse una vuelta por esta pobre tierra.
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