Page 92 - Alejandro Casona
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ISABEL.
¿Hay alguna esperanza de arreglo?
MAURICIO.
Ninguna. Todo lo que se le podía ofrecer se ha hecho ya sin
resultado. Dentro de unos minutos va a venir él mismo con la última
palabra.
ISABEL.
¿Y vas a permitirle entrar en esta casa?
MAURICIO.
Desgraciadamente es la suya. Ni razones ni súplicas ni amenazas
valen nada con él. Ese hombre viene dispuesto a todo y no dará un
paso atrás.
ISABEL.
Es decir que toda nuestra obra va ser destruida en un minuto,
delante de nosotros ¿y vamos a presenciarlo con los brazos cruzados?
MAURICIO.
Es inútil que tú tengas la razón. Él trae la fuerza y la verdad.
ISABEL.
No te reconozco. Oyéndote hablar el primer día parecías un domador
de milagros, con una magia nueva en las manos. No había una sola
cosa fea que tú no pudieras embellecer; ni una triste realidad que tu
no fueras capaz de burlar con un juego de imaginación. Por eso te
seguí a ojos cerrados. Y ahora llega a tu puerta una verdad, que ni
siquiera tiene la disculpa de su grandeza... ¡y ahí estás frente a ella,
atado de pies y manos!
MAURICIO.
¿Qué puedo hacer? Al descubrir el juego hemos puesto todas las
cartas en su mano. Ahora ya no necesita pedir; puede jugar
tranquilamente al chantaje. No hay nada que esperar, Isabel. Nada.
ISABEL.
Aún puedes hacer un bien en esta casa: el último. Confiésale tú
mismo a la abuela toda la verdad.
MAURICIO.
¿Qué ganaríamos con eso?
ISABEL.
Es como quitar una venda. Tú puedes hacerlo poco a poco, con el