Page 88 - Cartas a Jóvenes Enamorados (1987)
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                    Se necesita religión en el hogar. Únicamente ella puede prevenir
               los graves males que tan a menudo amargan la vida conyugal. Sola-
               mente donde reina Cristo puede haber amor profundo, verdadero y
               abnegado. Los ángeles de Dios serán los huéspedes en el hogar y
               sus santas vigilias santificarán la cámara nupcial.
                    Te suplico que consideres el paso que te propones dar. Pregún-

               tate: “¿Apartará un esposo incrédulo mis pensamientos de Jesús?
               ¿Ama los placeres más que a Dios? ¿No me inducirá a disfrutar de
               las cosas en que él se goza?” La senda que conduce a la vida eterna
               es penosa y escarpada. No tomes sobre ti cargas adicionales que
               retardarán tu avance.

                    El Señor ordenó al antiguo Israel que no se relacionara por
               casamiento con las naciones idólatras que lo rodeaban. Se da la
        [87]   razón. La sabiduría infinita, previendo el resultado de tales uniones,
               declara: “Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a
               dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y
               te destruirá pronto”. “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu

               Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle pueblo especial, más
               que todos los pueblos que están sobre la tierra”. Deuteronomio 7:4,
               6.
                    En el Nuevo Testamento se registran prohibiciones similares
               concernientes al matrimonio de los cristianos con los impíos. “No

               os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compa-
               ñerismo tiene la justicia con la injusticia?” 2 Corintios 6:14.
                    Laura, ¿te atreverás a despreciar estas indicaciones claras y
               definidas? Como hija de Dios y súbdito del reino de Cristo, compra-
               da por su sangre, ¿cómo puedes unirte con quien no reconoce sus
               requerimientos, que no está dominado por su Espíritu? Los manda-

               mientos que te he citado no son palabras de hombre, sino de Dios.
               Aunque el compañero de tu elección fuera digno en otros aspectos
               (lo cual no es así), no ha aceptado la verdad para este tiempo; es
               incrédulo, y el cielo te prohíbe unirte con él. No puedes, sin peligro
               de tu alma, desoír la prohibición divina.

                    Tal vez digas: “Pero yo he dado mi promesa, ¿debo retractarla?”
               Te contesto: Si has hecho una promesa contraria a las Escrituras,
               por lo que más quieras, retráctate de ella sin dilación, y en humildad
               delante de Dios, arrepiéntete de la infatuación que te indujo a hacer
               una promesa tan temeraria. Es mucho mejor retirar una promesa
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