Page 18 - Revista ALQUIMIA n.03 b_Neat
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©Nina S.

                                                                    Mujeres






                                                                    valientes,





                                                                    Mujeres

                        ENTREVISTA A






                        UNA MILICIANA                               comprometidas





                                                      © Baral


          ESPEJISMOS DE IGUALDAD EN TIEMPOS DE GUERRA
          Concha Sánchez nació en la comarca de la Alcarria. Su madre se dedicaba a la costura y su padre era labrador. Tenía tres
          hermanos más, todos varones. Y aunque sus padres les inculcaban la importancia de la igualdad y de la libertad, solo era de
          puertas para afuera porque sus hermanos, al contrario que ella, estaban disculpados de todas las tareas de la casa. Tenían
          libertad absoluta para ir y venir donde les viniera en gana.
          Cuando se declaró la Guerra Civil, Concha vio la oportunidad de salir de casa y de ser partícipe del gran cambio social que,
          según la propaganda republicana, se iba a producir, especialmente para las mujeres. Se alistó como Miliciana y pronto se
          dio cuenta de que todo era un espejismo, el espejismo de la igualdad. Sufrió discriminación en el frente y la represión de las
          cárceles franquistas durante tres años.
          Hoy, a sus 101 años, con una mente lúcida como pocas, ha tenido la generosidad de concedernos una entrevista.



          1. ¿Qué te llevó a tomar la decisión de alistarte?  2. ¿Cuándo estabas en el frente, tuviste que desafiar a al-
                                                              guien para defender tus derechos como mujer?
          Evidentemente, lo que no iba a hacer era quedarme quieta,
          porque la República nos trajo un montón de derechos que   Y tanto que sí… A ver, yo nunca me he considerado una mujer
          las mujeres no teníamos. Las mujeres no podíamos votar,   valiente, y mucho menos con diecisiete años, que son los que
          las mujeres no nos podíamos divorciar, las mujeres éramos   tenía cuando me uní a la milicia. Pero cuando algún superior
          nada… Si vencía el golpe de estado, que es lo que fue al   me mandaba hacer “cosas de mujeres”, como decían algunos
          principio, un golpe de estado que luego desembocó en una   de mis compañeros para reírse de nosotras, no puedo ex-
          guerra, vencía el fascismo. Y todos esos avances que venían   plicar lo que me pasaba por dentro. Era como un fuego que
          acompañando a la República iban a desaparecer, regresaría-  iba ascendiendo desde mi estómago hasta la garganta y las
          mos a las cavernas de nuevo. Decidí que tenía que hacer algo.   palabras cobraban vida propia. Me daba igual que fuera un
          No se trataba de ideales políticos porque yo no pertenecía a   superior o cualquiera de los compañeros.
          ningún partido, se trataba de defender los derechos que nos
          había traído la República en 1931 y que no estaba dispuesta,   Las frases: “¡Esto es una injusticia! ¡Si somos iguales, somos
          al igual que otras muchas compañeras, a que se perdieran.  iguales para todo! ¡Pues si no saben guisar que aprendan, no
                                                              te digo, yo tampoco nací sabiendo!” fueron las más repetidas
                                                              por mí durante los tres meses que estuve en el frente.
         “Las mujeres no podíamos votar,                      Cuando se me pasaba la rabia, y era consciente de lo que le

         las mujeres no nos podíamos divor-                   había dicho a mi sargento, no me lo podía creer… En esos
                                                              momentos de indignación hablaba mi otra yo, la valiente que
         ciar, las mujeres éramos nada…”                      me causaba tantos problemas. Ella se desahogaba y yo tenía
                                                              que pagar las consecuencias, porque te puedes imaginar que
                                                              cuánto más me quejaba, más tiempo pasaba en la segunda
                                                              línea y por supuesto me hartaba de limpiar y guisar.




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