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limas ni buriles; no alcanzaron a hacer fuelles para fundir; fundfan a poder
de soplos con unos cañutos de cobre, largos de media braza más o menos,
como era la fundición grande o chica; los cañutos cerraban por el un cabo;
dejábanle un agujero pequeño, por do el aire saliese más recogido y más
recio; juntábanse ocho, diez y doce, como eran menester para la fundición.
Andaban al derredor del fuego soplando con los cañutos, y hoy se están
en lo mismo, que no han querido mudar costumbre. Tampoco supieron hacer
tenazas para sacar el metal del fuego: sacábanlo con unas varas de palo o
de cobre, y echábanlo en un montondllo de tierra humedecida que tenfan
cabe sí, para templar el fuego del metal. Allí lo traían y revolcaban de un
cabo a otro hasta que estaba para tomarlo en las manos. Con todas estas in-
habilidades hadan obras maravillosas, principalmente en vaciar unas cosas
por otras dejándolas huecas, sin otras admirables, como adelante veremos.
También alcanzaron, con toda su simplicidad, que el humo de cualquiera
metal era dañoso para la salud y así hacían sus fundiciones, grandes o chicas,
al descubierto, en sus patios o corrales, y nunca sotechado.
No tuvieron más habilidad los carpinteros; antes parece que anduvie-
ron más cortos, porque de cuantas herramientas usan los de por acá para
sus oficios, no alcanzaron los del Perú más de la hacha y azuela, y ésas de
cobre. No supieron hacer una sierra ni una barrena ni cepillo ni otro instru-
mento alguno para oficio de carpintería, y así no supieron hacer arcas ni
puertas más de cortar la madera y blanquearla para los edificios. Para las
hachas y azuelas y algunas pocas escardillas que hacían, servían los plateros en
lugar de herreros, porque todo el herramental que labraban era de cobre y
azófar. No usaron de davaz6n, que cuanta madera ponían en sus edificios,
toda era atada con sogas de esparto y no clavada. Los canteros, por el seme-
jante, no tuvieron más instrumentos para labrar la piedra que unos guijarros
negros que llamaban hihuana, con que las labran machucando más que no
• cortando. Para subir y bajar las piedras no tuvieron ingenio alguno; todo
lo hacían a fuerza de brazos. Y con todo eso hicieron obras tan grandes y
de tanto artificio y policía que son increíbles, como lo encarecen los histo-
riadores españoles y como se ve por las reliquias que de muchas de ellas
han quedado. No supieron hacer unas tijeras ni agujas de metal; de unas
espinas largas que allá nacen las hadan, y así era poco lo que cosían, que
más era remendar que coser, como adelante diremos. De las mismas espinas
hacían peines para peinarse: atábanlas entre dos cañuelas, que eran como
el lomo del peine, y las espinas salían al un lado y al otro de las cañuelas en
forma de peine. Los espejos en que se miraban las mujeres de la sangre
real eran de plata muy bruñida, las comunes en azófar, porque no podían
usar de la plata, como se dirá adelante. Los hombres nunca se miraban al
espejo, que lo tenían por infamia, por ser cosa mujeril. De esta manera care-
cieron de otras muchas cosas necesarias para la vida humana. Pasábanse con
lo que no podían excusar, porque fueron poco o nada inventivos de suyo,
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