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poderosos,  mandó  levantar  gente,  y,  venida  la  primavera,  salió  con  doce  mil
             hombres  de  guerra  y  cuatro  maeses  de  campo  y  los  demás  oficiales  y  minis-
             tros del  ejército,  y fue  hasta  el  desaguadero  de  la  gran  laguna  Titicaca,  que,
             por  ser  llana  toda  la  tierra  del  Callao,  le  parecía  más  fácil  de  conquistar que
             otra  alguna,  y  también  porque  la  gente  de  aquella  regi6n  se  mostraba  más
             simple  y d6cil.
                 Llegado  al  desaguadero,  mandó  hacer  grandes  balsas,  en  que  pasó  el
             ejército,  y  a  los  primeros  pueblos  que  halló  envió  los  requerimientos  acos-
             tumbrados,  que  no  hay  para  qué  repetirlos  tantas  veces.  Los  indios  obede-
             cieron  fácilmente,  por  las  maravillas  que  habían  oído  decir  de  los  Incas,  y
            entre  otros  pueblos  que  se  redujeron  fue  uno  Tiahuanacu,  de  cuyos  grandes
            e  increíbles  edificios  será  bien  que  digamos  algo.  Es  así  que  entre  otras
             obras  que  hay  en  aquel  sitio,  que  son  para  admirar,  una  de  ellas  es  un  cerro
             o  collado  hecho  a  mano,  tan  alto  (para  ser  hecho  de  hombres)  que  causa
            admiración,  y  porque  el  cerro  o  la  tierra  amontonada  no  se  les  deslizase  y
            se  aIIanase  el  cerro,  lo  fundaron  sobre  grandes  cimientos  de  piedra,  y  no
             se  sabe  para  qué  fue  hecho  aquel  edificio.  En  otra  parte,  apartado  de  aquel
             cerro,  estaban  dos  figuras  de  gigantes  entallados  en  piedra,  con  vestiduras
             largas  hasta el  suelo  y con  sus  tocados  en  las  cabezas,  todo  ello  bien  gastado
            del  tiempo,  que  muestra  su  mucha  antigüedad.  Vése  también  una  muralia
             grandísima,  de  piedras  tan  grandes  que  la  mayor  admiración  que  causa  es
             imaginar  qué  fuerzas  humanas  pudieron  llevarlas  donde  están,  siendo,  como
            es  verdad,  que  en  muy  gran  distancia  de  tierra  no  hay  peñas  ni  canteras  de
            donde se  hubiesen  sacado  aquellas  piedras.  Vénse  también  en  otra  parte otros
            edificios  bravos,  y  lo  que  más  admira  son  unas  grandes  portadas  de  piedra
            hechas  en  diferentes  lugares,  y  ffiuchas  de  ellas  son  enterizas,  labradas  de
            sola  una  piedra  por  todas  cuatro  partes,  y  aumenta  la  maravilla  de  estas
            portadas  que  muchas  de  ellas  están  asentadas  sobre  piedras,  que,  medidas
            algunas,  se  hallaron  tener  treinta  pies  de  largo  y  quince  de  ancho  y  seis  de
            frente.  Y estas  piedras  tan  grandes  y  las  portadas  son  de  una  pieza,  las  cua-
            les  obras  no  se  alcanza  ni  se  entiende  con  qué  instrumentos  o  herramientas
            se pudieran labrar.  Y  pasando adelante  con  la  consideración de  esta  grandeza,
            es  de  advertir  cuánto  mayores  serían  aquellas  piedras  antes  que  se  labraran.
                 Los  naturales  dicen  que  todos  estos  edificios  y  otros  que  no  se  escriben
            son  obras  antes  de  los  Incas,  y  que  los  Incas,  a semejanza  de  éstas,  hicieron
            la  fortaleza  del  Cuzco,  que  adelante  diremos,  y  que  no  saben  quién  las  hizo,
            mas  de  que  oyeron  decir  a  sus  pasados  que  en  sola  una  noche  remanecieron
            hechas  todas  aquellas  matavillas.  Las  cuales  obras  parece  que  no  se  acaba-
            ron,  sino  que  fueron  principios  de  lo  que  pensaban  hacer  los  fundadores.
            Todo lo  dicho  es de  Pedro de  Cieza  de  León,  en la Demarcaci6n  que  escribió
            del  Perú  y sus  provincias,  capítulo  dento  y  cinco,  donde  largamente  escribe
            estos y  otros edificios  que  en  suma  hemos  dicho,  con  los  cuales  me  pareció
            juntar  otros  que  me  escribe  un  sacerdote,  condiscípulo  mío,  llamado  Diego

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